Era un
niño de siete años. Una tarde, en la vieja casa de campo de sus abuelos, junto
con sus numerosos primos decidieron jugar a las escondidas. Dieron la cuenta de sesenta y empezó la
búsqueda. Pasó una hora y sus primos estaban asustados por no encontrarlo,
avisaron a los mayores para que los ayudaran. Llamaron a la policía pues la
cosa dejó de ser graciosa. Pasó la noche, tres días y nada, no había ni luz de
él. Empezaron las especulaciones y se tejieron algunas leyendas urbanas en torno
a su extraña desaparición.
La
angustia no cesaba, la tarde del miércoles siguiente, a su abuelo se le antojó
podar sus ciruelos a manera de relajo. Estaba en esa faena, cuando creyó escuchar unos golpes
que venían del fondo de la huerta. Se acercó sigilosamente y los golpes se
hicieron más cercanos. El abuelo por fin ubicó el lugar. Venían nada menos que
de su viejo horno para pan que no usaban hacía muchos años, y con la ayuda de
una estaca logró levantar la pesada tapa de hierro que cubría la entrada. Ahí
estaba su buscadísimo nieto, moribundo, debilitado, hediondo y embarrado por
todas sus emanaciones y flujos de cuatro días. Le había parecido buena idea
esconderse en el horno, y al entrar, con la vibración dejó caer la pesada
puerta y ya no la pudo abrir. Desde aquel acontecimiento, se quedó con el
apelativo de: “Galletita” por el resto de su vida. Aquel aterrador suceso,
marcaría de ignominia algunos capítulos en la agitada vida de novela del buen
Galletita.
Galletita
tenía aproximadamente veinticuatro años cuando conoció a Tatiana, una linda
muchacha ligeramente mayor que él, divorciada y con dos niños. Se enamoró
perdidamente de ella y a primera vista. Vivían un tórrido romance de seis meses
cuando su mejor amigo y compañero de la infancia, el negro Parada, le anunciaba
vía correo electrónico de su llegada para las fiestas de fin de año. Galletita
estaba emocionado, le contó a Tatiana que su mejor amigo estaba próximo a
llegar y que tenía muchas ganas de presentárselo.
Un
jueves previo a la semana de navidad, Galletita acudió al aeropuerto con
Tatiana para recibir a su entrañable amigo. Aterrizó el avión y por las
escaleras bajaba el negro Parada tratando de buscar entre la multitud de la
terraza el rostro de su amigo. Cuando por fin salió se fundieron en un efusivo
y largo abrazo que Tatiana observaba conmovida. Luego del abrazo, Galletita le
presentó orgulloso a su nueva y linda novia, abordaron su auto y se dirigieron
a la casa de los padres del negro Parada. Quedaron en cenar esa noche en casa
de Tatiana, quien había preparado algo especial para el mejor amigo de su
novio.
Tatiana
invitó a una amiga para aquella velada. El negro Parada llegó puntual y, tragos
van, tragos vienen, terminaron de cenar. A galletita se le ocurrió poner en el
estéreo sus discos de salsa cubana. El negro Parada sacó a bailar a la amiga de
Tatiana y esta no quiso salir; entonces Galletita le dijo que bailara con
Tatiana, que ellos eran como hermanos, lo que inmediatamente aceptó su amigo.
El disco era largo y continuado. El baile de Tatiana y el negro Parada empezaba
a extenderse y el disco no tenía cuando acabar. Ninguno de los dos bailarines
parecían estar apurados, su entusiasmo era total. Pasaron como diez larguísimos
minutos, y al fin terminó la canción. Galletita estaba algo confundido, pero
luego recordaba que se trataba de su mejor amigo y de la mujer que lo amaba por
sobre todo y eso lo calmó. El negro parada propuso ir a bailar a la discoteca
que estuviese de moda en la ciudad, que él invitaría una botella de whisky Old
Parr. La amiga de Tatiana no aceptó, pidió su taxi y al salir de casa de
Tatiana, dio un codazo a Galletita como advirtiendo algo que Galletita no
entendió, o no quiso entender.
Llegaron
a la discoteca. El negro Parada pagó una fuerte suma para que lo dejen entrar a
la zona VIP. Pidió la prometida botella de whisky con sodas y hielo y propuso
un brindis por el amor y la amistad,
¡Salud! Chocaron sus vasos y
bebieron. Los merengues de Juan Luis Guerra empezaron a sonar. El negro parada
pidió permiso a Galletita para sacar a bailar a Tatiana, éste aceptó a
regañadientes, el negro la tomó de la mano y se la llevó a la pista que quedaba
en el primer piso. Pasaban los minutos y Tatiana y el negro Parada danzaban
mágicamente y sin parar. Galletita los observaba desde la mezzanine, en tanto
iba bebiendo vaso tras vaso de whisky. Seguía pasando el tiempo, la botella de
Old Parr iba por menos de la mitad y Tatiana y el negro Parada seguían
bailando. Todo esto empezó a molestar a Galletita, ya habían pasado veinte
minutos y no regresaban. Entonces Galletita creyó oportuno bajar a pedirles que
regresen, pero antes pasó por los servicios higiénicos. No bien salió de los
servicios, bajó inmediatamente a buscar a su novia y a su amigo. Llegó a la
pista de baile y no los vio, volvió a subir a la zona VIP pensando que habían
regresado y nada. Volvió a buscar por toda la discoteca. Pidió a la cuidadora
de los servicios femeninos que la llame, ahí no estaba, su amigo tampoco estaba
en los servicios para varones. Galletita empezó a entrar en pánico, los casi
dos tercios de botella de whisky que había ingerido empezaban a hacer sus
efectos. Entonces marcó el número de Tatiana y si desea, deje su mensaje después del tono, marcaba el número
compulsivamente, el color de su rostro se tornaba rojo intenso. Regresó a la
discoteca, creyó ver al negro Parada en la puerta del baño y le asestó una trompada,
con tan mala puntería que golpeó la pared rompiéndose los nudillos. Entonces el
agredido -que no era el negro Parada- le devolvió la trompada, pero a
diferencia suya, le partió los labios y le voló dos dientes. Galletita trató de
responder cuando empezó a ver luces y se desplomó.
Cuando estaba
por amanecer, Galletita despertó en la vereda de enfrente con la ropa manchada
de sangre, sin zapatos, ni casaca, ni billetera, ni celular y con dos dientes
menos. Aún le duraba la borrachera y empezó a caminar en zigzag rumbo a casa de
Tatiana. Llegó a la media hora, cuando el sol ya empezaba a asomar sus primeros
rayos. Tocó el timbre, y el portero del edificio -quien lo conocía- le dijo que Tatiana aún no llegaba. Lo hizo
pasar a su pequeño cuarto para limpiarle las heridas del rostro, invitarle un
café y que descansase siquiera un par de horas.
Galletita
se quedó dormido en el camastro del vigilante. Despertó como a las nueve de la
mañana, desconcertado, e inmediatamente fue a tocar la puerta del departamento
de Tatiana. El vigilante le dijo que aún
no llegaba, le aconsejó que se fuera a descansar y a reponerse del todo, que en
ese estado tenía todas las de perder en una eventual discusión. Galletita le
hizo caso.
Durmió
cerca de siete horas, despertó a las cinco de la tarde, se bañó, tomó su
automóvil y arrancó raudo a casa de Tatiana. Al llegar, lo recibió el portero
con expresión misericordiosa y le dijo: … no
te gastes Galletita, ella no está… y si quieres un consejo de amigo: no
regreses más por acá, no vale la pena, un hombre debe tener dignidad… Galletita entró en pánico, y temblando le
preguntó por qué le decía eso y qué era lo que había pasado. El vigilante le contó que cerca de las doce
del día, Tatiana había llegado en un taxi con un señor muy alto y moreno, y que
media hora después, este mismo señor llegó en una camioneta cuatro por cuatro,
a la que ella se subió con sus dos hijos y dos maletas, y que además le encargó
que cuide su departamento porque se iba a la playa hasta el lunes por la tarde.
Galletita no podía creer lo que estaba pasando, le parecía que todo debía ser
una pesadilla de la que despertaría pronto, pero no, era la cruda y dura
realidad, la suerte estaba echada. En menos de veinticuatro horas, su mejor
amigo le había quitado la novia. Había sido miserablemente traicionado por dos
de las personas que más quería en la vida. No salía de su estupor cuando el
vigilante le dio una palmada en la espalda y en su simpleza primitiva le
dijo: Lo que sobran son mujeres Galletita, anda a descansar y en una semana
te consigues otra hembrita hasta más rica y te olvidas de esta puta de la
señora Tatiana… yo sé lo que te digo… anda nomás Galletita, para la próxima no
presentes a tu hembra a nadie hasta que no la veas vomitar por ti, yo sé lo que
te digo, y a la primera sonrisita con cualquiera, cachetadón bien fuerte, así
funcionan estas… anda tranquilo, descansa… y galletita enrumbó a casa,
cabizbajo y con el corazón destrozado.
Al
llegar, empezó a marcar una y otra vez el número de Tatiana, quien tenía el
celular apagado. Se quedó dormido. El domingo también hizo lo mismo. Tomó su
auto y se dirigió rumbo a las playas del sur. Recorrió metro a metro todas las
playas y preguntó en casi cien hoteles por los nombres de Tatiana y el negro
Parada sin resultado alguno. Resignado, regresó a la ciudad y decidió esperar
hasta el martes para buscar a Tatiana. Aún no tomaba conciencia y se resistía a
creer que lo habían traicionado vilmente. Su mente se bloqueó.
Llegó al fin el martes, y Galletita se levantó muy
temprano para buscar a Tatiana antes de ir a trabajar. Eran las seis de la
mañana cuando llegó casi volando a casa de Tatiana. El vigilante le dijo: … ¿Qué haces acá Galletita?... ya fuiste, no
te expongas… te van a humillar, estás a tiempo… vete calladito, no digas nada…
así, hasta quizá te llama la hembrita… de rogón nada vas a conseguir… Galletita le dijo que no hable huevadas, que
no se meta. El vigilante se encogió de hombros y le dijo: … jódete pues, también es tu derecho… y se metió en su caseta.
Galletita
tocó el timbre insistentemente. Tatiana le abrió la puerta en bata y lo hizo
pasar. Él le pidió explicaciones, le preguntó donde había estado, qué había
pasado. Ella le dijo que no tenía por qué darle explicaciones, que ella había
sido sólo su novia y nada más, y en ese mismo momento le informaba que ellos ya
no eran nada y punto, que allí terminaba todo, y que por favor saliera por el
mismo lugar que entró. Galletita no se movía, entonces ella le abrió la puerta
y se quedó de pie cogiendo la manija de la puerta, esperando a que él salga.
Galletita se arrodilló y arrancó en llantos inconsolables. La abrazó a la
altura de la cintura y le rogaba a gritos que no lo dejara, que le perdonaría
todo, pero que por favor no lo dejara. Ella le tomó los brazos y se los sacó de
encima, le dijo que no recordaba haberle pedido perdón y entonces ¿de qué
tendría que perdonarla? Galletita
insistía en llantos, seguía de rodillas. Tatiana llamó al vigilante y le pidió
que lo sacara, y que si no quería salir, que llamara a la policía. El vigilante
una vez más le habló y le dijo: … Párate
Galletita, vamos… párate… lo tomó de
los brazos, lo ayudó a pararse y lo abrazó. Galletita caminaba apoyado en él, a
paso lento, con los ojos hinchados y enrojecidos. Subió a su automóvil despacio
y se fue a veinte por hora con la mano izquierda tapándose la boca.
Galletita
llamó a su oficina dando una excusa, ese día no iría a trabajar. Buscó al negro
Parada en casa de los padres de éste. Nadie le abría la puerta. Empezó a patearla.
Entonces salió el negro Parada con sus dos hermanos y le propinaron una paliza,
llamaron a la policía, que llegó a llevarse a Galletita a la posta médica para
que le curen las heridas. Pasados los dolores de la golpiza, Galletita
sabiamente decidió dejar ahí esa historia. Al fin parecía haber entendido lo
ocurrido y decidió empezar el largo camino hacia el anhelado y a veces
inalcanzable olvido. Pero aquella sensata actitud no duraría mucho.
A dos
meses después de las fiestas del fin de año más tristes de su vida, apareció un
sobre de fina cartulina por debajo de su puerta. Lo abrió y leyó el parte
matrimonial de otro de sus mejores amigos: el gordo Charly. Se casaba en un
lujoso hotel en un balneario del norte. La invitación incluía alojamiento, desayuno
y cena. Galletita mandó a lavar su mejor traje y se armó de optimismo e ilusión
por conocer en aquella fiesta a alguna muchacha que le ayudara a olvidar el
penoso final de su romance con Tatiana. El día del matrimonio, a galletita lo
ubicaron en una mesa junto a varias chicas que fueron solas. La hermana del
gordo Charly, sabía por terceras personas del desconsuelo de Galletita e hizo
las funciones de celestina, lo estimaba mucho, era también su amigo de la
infancia.
Galletita conversaba muy amenamente con una de sus compañeras de mesa,
cuando vio ingresar a la terraza del hotel al negro Parada de la mano de
Tatiana, quien lucía minifalda y un pronunciado escote y estaba más linda que
nunca. Galletita se quedó mudo, se le borró la sonrisa. La muchacha con la que
conversaba le preguntó qué le pasaba, Galletita le dijo que nada y trató de
reanudar la conversación. No podía seguir el hilo de lo que hablaba y bebía el
whisky como si fuera refresco. La muchacha se aburrió y se cambió de mesa.
Galletita
no paraba de servirse whisky y miraba fijamente la mesa de Tatiana y el negro
Parada. Un par de horas después ya estaba otra vez muy ebrio. Se paró y fue a
buscar lío a la mesa de Tatiana y el negro Parada, vociferando a voz en cuello:
¡Tú! ¡Negro de mierda! Mal amigo… y ¡tú!
Perra maldita, les juro que me la van a pagar ¡Se los juro! O dejaré de ser el
gran ¡Galletita!... ¡Malditos!... ¡Miserables!... se acercó el propio
novio -el gordo Charly- quien lo tomó del brazo y le pidió que se
calmara, que no le arruinase la fiesta, que se fuera a descansar a su
habitación. Galletita hacía rato que estaba fuera de sí, totalmente ebrio y
enloquecido. Se sacó la mano del gordo Charly del hombro y le propinó una
trompada que le reventó la nariz, manchando la camisa blanca y el chaleco gris
de su frac. Vinieron agentes de seguridad, y Galletita, en su intento de escapar,
cayó aparatosamente a la piscina. Los vigilantes lo ayudaron a salir, mientras todos
los asistentes reían a carcajadas. Cuando por fin lo sacaron de la piscina, lo llevaron
a empeñotes hasta la calle. El agua había estropeado su celular, su dinero, sus
documentos y sus cigarrillos. Quiso volver a entrar para ir a su habitación a
cambiarse, pero no lo dejaron. Empezaba a anochecer y toda su ropa mojada
empezaba a enfriarse. Comenzó a temblar de frío sentado en el sardinel del
parque que había frente al hotel. Hasta ahí le llegaba la música de la fiesta a
la que ya no podría regresar. Imaginaba
a Tatiana bailando feliz con el negro Parada. Los imaginaba luego desnudos en
su habitación, a ella gimiendo de placer, y al culo negro del negro Parada
meciéndose cadenciosamente sobre Tatiana. Todo esto pasaba por su mente
mientras se tomaba la cabeza y lloraba desconsoladamente temblando de frío.
En medio
de su caos mental y emocional, maldecía a su extinto abuelo; maldecía la hora
en que lo rescató de aquel horno. Pensaba que quizá hubiese sido mejor esa
muerte ignominiosa ahogado en su propio hedor y embarrado en su propia mierda,
al fin y al cabo ya todo eso habría pasado y le hubiese ahorrado tanta
humillación y sufrimiento que parecían no tener cuando acabar.
MAURICIO ROZAS VALZ
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