Han aparecido muchas
corrientes modernas que pretenden incluir al amor dentro de los estudios de la
ciencia para darle una explicación en ese sentido, lo cual en sí no tendría
nada malo. Lo que sí me tomo la libertad de rechazar enfáticamente, es que se
pretenda afirmar que el amor es un fenómeno ‘físico-químico’, el cual puede
administrarse y manejarse entonces de manera científica.
Estando pues ubicados e identificados
previamente estos componentes, se podría entonces alterar sus efectos de manera
artificial, es decir: ingieres el componente ‘x’ y sientes amor por una persona
y también, como antídoto, ingieres el componente ‘y’, y ese amor desaparece.
Entiendo que esto pueda
funcionar para el apetito sexual y su fin reproductivo consustancial, también entiendo
que químicamente se pueda manejar los estados emocionales (tristeza, alegría,
ira, etc.); todo esto está probado científicamente y nadie puede objetarlo.
Pero el amor es otra cosa
pues. El amor es una experiencia trascendente que surge espontáneamente. Podemos
enamorarnos de una escritora que incluso ya falleció sólo por lo que dicen sus
letras. Podemos enamorarnos de alguien a quien nunca hemos visto en persona,
incluso podemos enamorarnos perdidamente de un personaje ficticio de una novela
o de un relato. Podemos sentir un frío extraño que recorre nuestras entrañas sólo con una voz al otro lado del teléfono o a través de la energía que
evidencia la intensidad de la palabra escrita. Podemos sentir amor al escuchar
un poema, una canción, viendo una película; podemos crear lo que nos dé la gana
con nuestra imaginación y proyectarlo con la persona a quien queremos.
Estoy hablando de amor de
verdad, con estética, con poesía, con arte y con verdad. El amor vulgar sí
podría tener causas físicas y químicas. No es culpa del amor poético si nunca
lo conocieron ni disfrutaron sus mieles ni sufrieron sus dolores. Déjenlo
donde está, tranquilo, disfrutando y sufriendo en paralelo su eternidad en las
almas perturbadas que le dan acogida.
MAURICIO ROZAS VALZ