Invitó a unos amigos a
almorzar. Estaba contento. Acababa de estrenar un estéreo profesional que le
costó muchos sacrificios y privaciones poder comprar. Bebieron unas cuantas
cervezas. En realidad muy pocas. Se despidió temprano a pesar de la insistencia
de sus amigos para que se quede un rato más. Él no quería, las ganas de pasar
por la discotienda para comprar un disco de Neil Diamond pudieron más. En
efecto así lo hizo.
Llegó a casa temprano. Sólo
una hora más tarde de lo acostumbrado. Parecía un niño apurado por llegar a
casa para salir en su bicicleta nueva. Entró a su casa con la sonrisa de oreja
a oreja. Su familia lo recibió con gesto adusto y juzgón. Le increparon el olor
a cerveza, le increparon también el haber hecho ese gasto, el haber comprado el
estéreo, el haber comprado el disco de Neil Diamond. Lo miraron mal, lo
trataron mal. Le exigieron que no toque el estéreo, que lo iba a estropear
porque estaba borracho. Le pidieron de fea manera que se vaya a dormir. Él
miraba estupefacto, se le borró la sonrisa.
A pesar de eso, y ya con
expresión triste, encendió su estéreo, destapó su disco de Neil Diamond, olió
su forro y cuando quiso colocar el disco en el equipo lo volvieron a gritar.
Del susto cayó el disco contra el estéreo, éste se araño y estropeó. Su familia
celebró su derrota, él recogió el disco del piso, lo revisó bien. Felizmente su
canción favorita estaba intacta, la única. Igual puso su disco. Escuchó muchas
veces seguidas: forever in blu jeans a todo volumen. Nunca en su vida usó un blu jean,
pero cómo le gustaba esa canción, le encantaba. La cantó a gritos en su pobre
inglés masticado - eso no le importaba - él estaba contento, feliz con su estéreo nuevo
y su disco de Neil Diamond y su familia podía irse por un tubo a la mierda.
MAURICIO ROZAS VALZ
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