Nunca más pasé por allí. Han
pasado muchos años. Ayer noche, caminaba por el malecón de Miraflores y me
detuve frente al faro a mirar las luces lejanas de un barco. Era algo tarde y
había suficiente silencio como para escuchar a lo lejos una bocina. El mar
despedía el olor característico de cuando está embravecido. Ese escenario me
trajo a la memoria el malecón de Mollendo. Hace de esto más de veinte años, mediados
de los ochentas. Recordé a la pequeña C. Pude ver claramente sus pómulos
enrojecidos por el sol de la tarde, y sentir el delicioso olor a champú de
manzanas de sus cabellos lacios y suaves. Había mucha gente aquella noche, era
pleno verano. Recuerdo que horas atrás se había molestado conmigo, recuerdo su
escena de celos por una tontería, sólo por tomar de las manos a una amiga suya
para ayudarla a salir del mar. Se fue muy molesta ante la mirada atónita de
todos nuestros amigos.
Esa noche yo sabía que la
encontraría allí, caminando por el malecón con una de sus primas. Yo había
tomado dos cervezas chicas, en esa edad era suficiente para sentirme el rey del
mundo. Recuerdo que la vi caminando en sentido contrario por la misma vereda y
le cerré el paso, estoy viendo sus ojos de sorpresa y miedo. Recuerdo mi
seguridad para decirle a su prima que nos deje solos, quien se limitó a
obedecer y se alejó caminando despacio con gesto de preocupación. Pude oler en
su aliento que había cenado atún en conserva con cebolla y tomate (siempre odié
ese olor). Ella no bebía, también detestaba el tufo de la cerveza.
Le dije para caminar por ahí.
La quise tomar de la mano pero no se dejó. Caminamos unos minutos más, trataba
de hablarle cualquier tontería que la haga reír. Llegamos al final del malecón,
donde empezaban las escaleras que comunicaban con el puente que lleva a la
playa. La tomé por la cintura, la apoyé a las barandas y le estampé un beso en
la boca. Primero me puso las manos en el pecho intentando resistirse. La solté
y le dije molesto: - ¿vamos ya? Ella me abrazó fuerte, se colgó de mi cuello y
me besó en la boca. Fue uno de los besos más largos e intensos de mi vida. Los
cruces de lengua y los intercambios de saliva no terminaban nunca (entonces hubiese
querido detener el tiempo).
Fue desde ese día que empezó
a gustarme el atún con cebolla y tomate y a ella empezó a gustarle la cerveza.
MAURICIO ROZAS VALZ
Jaja, no he resistido la risa con tu final, jaja.
ResponderEliminarEn todo caso gracias por hacer recordar momentos de la adolescencia, nada mejor que un beso robado.
Alguna vez viví en una ciudad a la orilla del mar.
Gracias por comentar, Sandra... y es cierto, nada mejor que eso.
EliminarCada vez que puedo leo tu blog Mauricio, aunque pocas veces he comentado, quiero decirte que me cautivan tus historias.
ResponderEliminarMuchos éxitos. Liliana.
Muchas gracias por lo que me dices, Liliana. que bueno que así sea.
EliminarMollendo; quien no tiene gratos recuerdos de ese balneario y no se si a ti pero a mi tambien los olores de mi infancia imperan en determinados momentos de mi vida .
ResponderEliminarme gusto leerte
Gracias por comentar... es cierto lo que dices de los olores, también me sucede.
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