Llegué con dificultad a la
dirección de la oficina de Aileen, se ubicaba en la zona más antigua del centro
de la ciudad. Era una casona antigua bastante descuidada que alguna vez fue de
color crema. Una suerte de fraile o seminarista o algo parecido porque vestía
sotana me abrió la puerta; me condujo hasta el segundo patio y me señaló la
oficina donde despachaba Aileen. Serían aproximadamente las once de la mañana,
el cielo estaba ligeramente nublado y corría mucho viento.
Encontré a Aileen sentada en
una mesa de arquitecto. Me llamó penosamente la atención el encontrarla tan
delgada, avejentada y descuidada, pues sólo habían pasado ocho meses desde la
última vez que la vi, y entonces estaba muy linda. Me hizo pasar, me saludó
cariñosamente como siempre, pero se le veía muy triste y apagada. Incluso su
sonrisa parecía forzada. Me enseñó una por una un montón de maquetas de casas,
oficinas y muebles, pero lo curioso fue que todas las maquetas estaban al
revés, es decir de cabeza. Las patas de los escritorios, camas y demás muebles
daban para arriba y los techos hacia abajo. Le pregunté por qué todo eso. Me
miró con cierto desprecio haciendo un gesto de desaprobación. Leí en su mirada:
- No preguntes estupideces, ¡Huevón! - . Entonces no hice más preguntas y seguí
escuchando las descripciones que me hacía de su trabajo, maqueta por maqueta,
mesa por mesa; no entendí nada pero igual le puse atención.
Cuando estábamos por
terminar de ver las maquetas, llegaron Edgardo y Sully, una pareja de amigos comunes que también
había dejado de ver hacía pocos meses; ellos no habían cambiado. Le preguntaron
a Aileen si ya podían ir con ella a ver el avance de la obra. Aileen les dijo
que sí, y les preguntó si habían llevado lo que les encargó. Edgardo y Sully sacaron
de sus maletines muchas mini esculturas de cabezas hechas en yeso y a escala
con las caras de todos los amigos, según ellos, para ubicarlas en los
diferentes ambientes de la maqueta de la casa para planificar la fiesta de
inauguración. Aileen ubicó cuidadosamente
cada cabeza en los diferentes ambientes de la casa. La mía la ubicó junto con
la suya en uno de los dormitorios para huéspedes. Terminó de poner la última,
puso el techo en la maqueta y la volvió a voltear como todas las demás. -
¡Listo! Vamos a ver la obra, Nos dijo Aileen a los tres mientras se sacudía las
manos.
Bajábamos los cuatro las
viejas escaleras, cuando de pronto vimos en el patio a un grupo de niños pobres
que al parecer vivían allí, y que intentaban encender la mecha de un chaleco de
cohetones que habían colocado alrededor del lomo de un perro muy grande color
marrón. Les empecé a pedir a gritos que no lo hicieran, que no sean malvados
pero fue muy tarde. Una troya de cohetones empezó a reventar y a botar mucho
humo, el pobre perro ladraba y aullaba desesperado corriendo en todas las direcciones
mientras los monstruosos niños huían muertos de risa. Aileen me pidió que haga
algo. Bajé corriendo, los cohetones no paraban de reventar, el pobre perro
aullaba desgarradoramente. No sabía cómo acercarme a él. Fui hasta el centro
del patio, me senté en la pileta y llamé al perro a gritos. El perro se me vino
encima con expresión furiosa, pensé que me atacaría, puso sus patas delanteras
en mi pecho y le empecé a echar agua de la pileta, todo lo que entraba en mis
dos manos abiertas hasta que lo mojé totalmente y dejó de humear.
Luego me senté en el suelo,
apoyado en las paredes de la pileta. El perro aun aullaba de dolor y se echó a
mi costado. Le seguí echando agua con la mano, le acariciaba el cuello, la
cabeza y el lomo. Aileen se me acercó llorando desconsoladamente, se sentó a mi
lado y siguió llorando en mi pecho, yo le acariciaba la cabeza. Edgardo y Sully
observaban estupefactos. El perro dejó
de aullar y se quedó dormido apoyando su cabeza en mi muslo derecho. Aileen
dejó de llorar y también se quedó dormida en mi hombro izquierdo. Luego yo
también me dormí.
MAURICIO ROZAS VALZ
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