Ben conoció a Amira una
tarde de abril de 1970 en una sinagoga de Buenos Aires. Ella tenía entonces 15
años y era la segunda de tres hermanas e hija de un prestigiado cardiólogo; él
tenía 19 y era hijo único de un empresario joyero. Pocos meses después de
iniciar su romance, el padre de Amira fue contratado por el gobierno del Perú
para que dicte cursos breves y charlas de su especialidad en las diferentes
facultades de medicina y hospitales de todo el país. El contrato era por cinco
años y al mes de recibir la noticia toda su familia se embarcó rumbo a Lima.
Esta intempestiva separación hizo sufrir mucho a la joven pareja. Inicialmente
ella les pidió a sus padres que la dejara quedarse en Buenos Aires en casa de
sus tíos, pero su pedido fue rechazado sin lugar a reclamos. Él juró por su
sangre que iría por ella en el menor plazo posible… y así lo hizo.
Ben para entonces ya había
terminado la escuela y estudiaba letras en la Universidad de Buenos Aires y
trabajaba ayudando a su padre en el negocio de la familia. Esperó poco más de
cuatro meses a salir de vacaciones en la universidad y pidió permiso a sus
padres para dejar el trabajo y poder viajar al Perú para visitar a su novia. Su
padre, un hombre comprensivo y experimentado, intentó, por su bien, persuadirlo
para que olvidara a Amira, le dijo que era muy joven y apuesto, que no le sería
difícil encontrar una nueva ilusión y que no era sensato aferrarse a
situaciones que tenían pocas probabilidades de perdurar, pero Ben se puso firme
y le aseguró que Amira era el amor de su vida y que haría todo cuanto esté en
su manos para no perderla. Finalmente su padre, luego de que su esposa le
contara que dos veces por semana llegaban cartas de Amira desde el Perú,
decidió darle el permiso, no sin antes tener una larga conversación de hombre a
hombre con su único y protegido hijo.
Era mediodía de un domingo
de enero, y en Lima, Amira acompañada de su hermana mayor esperaba ansiosa la
llegada de Ben. El arribo del vuelo estaba programado para las 12.30 pm. Ambos
vivían esa emoción especial que solo el primer amor y la inocencia de la
primera juventud es capaz de provocar, ese temblor de pantorrillas y el
pinchazo en el diafragma y la impaciencia que hace que la percepción del tiempo
se altere al punto de tornar los minutos en interminables horas de ansiedad. Cada
avión que aparecía en el horizonte era, para Amira, el portador alado que al
fin le entregaría a Ben a sus brazos ansiosos y agotados por la frustración
exagerada que le provocaba cada avión que no pertenecía a la aerolínea
esperada. Por entonces no había la tecnología para programar con precisión la
hora de llegada de los vuelos ni tampoco se podía confirmar con exactitud y en
tiempo real si un pasajero había sido embarcado o no.
Pasaban las horas y Amira
tenía la boca ya seca de tanto llorar por la angustia que le provocaba la sola
posibilidad de que algo malo hubiera sucedido y que pudiera impedir su ansiado
encuentro con Ben. Su hermana, quien la consolaba en brazos, divisó en el
horizonte aparecer un avión y le dijo a Amira que si ese no era… pues ya debían
regresar a casa. Finalmente era el avión que traía a Ben, quien luego de
aproximadamente una hora más y ya casi anocheciendo, al fin salió al pasillo y
se fundió con Amira en un abrazo desesperado y prolongado que llegó a llamar la
atención de los transeúntes. Luego subieron a un taxi y tomaron rumbo al centro
de la ciudad, donde quedaba la casa de los amigos de la comunidad que alojarían
a Ben durante su estadía en Lima.
Los días posteriores a la
llegada de Ben fueron quizás los más felices que habían pasado en sus aún
cortas vidas. El hecho de que Ben esté lejos de su padres y que a su vez los
padres de Amira estuvieran viajando permanentemente por diferentes ciudades del
Perú, les dejaba la libertad de pasar todos los días y muchas horas juntos y
vivir su romance sin mayores limitaciones ni temores. Subían a cuanto bus
pasara delante de ellos y sin importarles las rutas recorrían toda la ciudad de
Lima de ida y vuelta. Bajaban de una línea, caminaban unas cuadras y subían a
otra y así… comiendo algodones, tomando helados y metiéndose a cines y cafés al
azar pasaron algo más de una semana.
Llegaron entonces los padres
de Amira a Lima luego de estar durante quince días recorriendo el norte del
país. Aprobaban la relación de su hija con Ben, pero les preocupaba el hecho de
dejarlos mucho tiempo solos. Su siguiente destino era el sur del país, más
exactamente Arequipa, y vieron por conveniente llevar esta vez a sus tres hijas
e invitaron a Ben a que viajara con ellos. Pasaron solo dos días desde que
llegaron y los cinco estaban tomando un avión rumbo a Arequipa. Estarían en esa
ciudad durante una semana y luego recorrerían en un automóvil alquilado algunas
ciudades del sur.
La primera ciudad a la que
viajaron saliendo de Arequipa fue Mollendo. Era uno de los balnearios favoritos
de los habitantes de todo el sur, también tenía un puerto, un litoral muy
extenso y playas muy bonitas. Todos estaban muy contentos porque se encontraban
en pleno verano. Aquella ciudad tenía mucho movimiento turístico de veraneantes
y era además muy pintoresca y tenía algunos hoteles y pensiones muy acogedoras.
Finalmente se instalaron en una pensión muy cerca al malecón y en ella pasarían
los ocho días que se quedarían en esa ciudad.
Todas las mañanas, muy
temprano, y apenas el padre de Amira salía a cumplir con sus compromisos y
reuniones de trabajo luego del desayuno, las tres hermanas salían de la casa
acompañadas de Ben rumbo a la playa. No se querían perder ni un solo minuto de
ese mar helado ni de ver el amanecer por el oriente y la puesta del sol al
atardecer ocultándose en el horizonte del océano Pacífico, exactamente a la
inversa de lo que habían estado acostumbrados a ver en su país. Estaban
realmente maravillados y felices de recorrer todos esos lugares totalmente
nuevos para ellos.
La última mañana que
estarían en esa ciudad fueron, como siempre, Ben, Amira y sus hermanas a la
playa. Si bien Ben se llevaba muy bien con las hermanas de su novia, estaba ya
un poco cansado de tener que esperar siempre a la noche para pasear a solas con
Amira y poder besarla apasionadamente sin tener que controlar sus impulsos.
Convenció entonces a Amira para caminar juntos por la orilla de la playa con
dirección al sur hasta perderse en el horizonte y recién regresar cuando
sintieran que ya se habían alejado lo suficiente y descansar un rato tendidos
en la orilla antes de emprender el camino de regreso. La hermana mayor de Amira
les dio su permiso, no sin antes advertirles de que tengan cuidado ya que su
madre le había encargado cuidar a sus dos hermanas menores.
Partieron caminando de la
mano como a las 10 am. Caminaban despacio, sin prisa, pateando de paso en paso
el agua de algunas olas rotas que llegaban a la orilla mojando sus pies. Cada
cierto trecho se quedaban observando los reflejos de sus siluetas contra el sol
en las resacas espumosas, mientras escuchaban relajados el ruido del reventar
de las olas que se confundían con el trino de las gaviotas y se perdían en
besos y caricias que cada vez avanzaban más posiciones en el cuerpo tierno de Amira.
Caminaron durante más de dos horas hasta no ver un alma ni rastro de
civilización. Solo el mar, la playa, cerros de arena al terminar la playa y el
litoral del norte y del sur que parecían infinitos al perderse en el horizonte
como espejismos nublosos.
Entonces decidieron
descansar y se sentaron en la orilla, justo en el límite de la arena húmeda que
dejaba la marea alta de la noche y hasta donde llegaba la última gota del mar.
Empezaron a besarse sin control y acariciarse los cuerpos sin que ninguno
pusiera límites ni tratara de impedir nada. Hurgaron bajo sus bañadores y por
vez primera se tocaban más allá de lo que era conocido y cotidiano para ellos.
Luego se calmaron y se pusieron a conversar sobre el futuro. Ella le contó que
quería estudiar psicología para tratar de comprender muchas cosas que, por más
esfuerzos que hacía, no llegaba a entender de la conducta humana. Le contó
también que le ilusionaba mucho la idea de casarse con él apenas cumpliera veintiuno
y que su sueño era pasar su luna de miel en Jerusalén. Él le contó que quería
ser historiador y escribir muchos libros sobre su tema. Le dijo que también
quería casarse con ella, pero que no estaba dispuesto a esperar tanto tiempo,
que mucho antes de que ella cumpla veintiuno le pediría matrimonio y hablaría
con su padre para que sea emancipada legalmente.
Pasaron dos horas más
sentados en esa orilla. Conversaban, se besaban, se quedaban en silencio
mirando el mar, luego repetían el ritual hasta que decidieron darse un chapuzón
en el mar. Él se paró primero y la ayudó a pararse dándole la mano. Se
sacudieron la arena del cuerpo y se metieron al mar de la mano. Durante unos
minutos jugaron a echarse agua a la cara con las manos y a perseguirse. También
se lanzaron bolas de arena mojada y volvían a meterse al mar hasta que el agua
les llegaba a la cintura. Él le sugirió entrar un poco más adentro para luego
soltar el cuerpo y salir flotando arrullado por las olas. Lo intentaron y una
de las olas revolcó a Amira haciéndola tragar agua, esto la enfadó un poco y
decidió salir. Él se quedó y le pidió que regrese junto a él, ella no aceptó y
se fue caminando hasta la orilla dando saltitos para sacarse el agua de los
oídos. Luego se sentó a esperar a que él saliera.
De pronto vio que una ola
también revolcó a Ben y la resaca se lo llevó algunos metros hacia adentro. Ben
hacía gestos con las manos como dando seguridad a Amira, como diciendo que esté
tranquila y que todo estaba bajo control, pero cada ola en la que intentaba
salir, lejos de acercarlo a la orilla lo arrastraba más hacia adentro. Amira
empezó a preocuparse y se puso de pie, le pidió a gritos de que no juegue y que
por favor salga de una vez. Pasaban los minutos y la cabeza de Ben se hacía
cada vez más pequeña ante los gritos de desesperación de Amira, que pedía ayuda
buscando con la mirada en todas las direcciones con la esperanza de que su voz
viajara lo suficiente hasta ser escuchada. Intentaba entrar a ayudarlo y era
inmediatamente despedida por un mar de pronto embravecido que no estaba
dispuesto a ceder y que se llevaba a cada vez más adentro a Ben sin que ella
nada pudiera hacer para evitarlo.
MAURICIO ROZAS VALZ
Al menos pasaron juntos las últimas semanas.
ResponderEliminarEl cuento me tuvo en vilo hasta que empece a presagiar el final infeliz nada más llegando a Lima.
No opino sobre literatura, estilo etc. Por no ser mi especialidad.
Disculpa por la demora en publicar tu comentario. Muchas gracias. Saludos.
Eliminar