Martín se despidió de ella,
luego de su último y frustrado intento por despertar aquel amor que creía que había
muerto, pero que en realidad nunca nació. Caminaba triste y a paso muy lento
por el malecón. Era pleno invierno y la niebla era muy densa. Estaba por llegar
la noche. Martín encendió un cigarrillo. Intentaba aplacar el frío que recorría
sus entrañas y calmar el temblor de todo su cuerpo. Se sentó en una banca, sacó
su vieja libreta para intentar un último poema. Trataba de ver a través de la
niebla la tenue luz de los postes que empezaban a encenderse, y escuchaba el fuerte oleaje del mar
estrellándose contra el acantilado.
Entonces, apareció su amigo
Neruda, se sentó a su lado izquierdo y le dijo: Si no te oye desde lejos… y tu voz no le alcanza… deberá ser éste el
último dolor que ella te causa, y deberán ser éstos los últimos versos que tú
le escribes… Luego llegó Benedetti, se sentó a su lado derecho y le dijo: Tu amor por ella fue desde siempre un niño
muerto… es la verdad dura y sin sombra… es la verdad fácil, y qué pena…
imaginaste que era un niño, y era tan solo un niño muerto… acaso cuando llegue
un veintitrés de abril y abismo… vos donde estés llévale flores… que ella
también irá contigo. Llegó luego el buen Sabines, quien se paró al frente
suyo y le dijo: Pero Martín… ¿qué te
sorprende? Si sabías bien que los amorosos jugamos a tatuar el humo… a coger el
agua…a no irnos… Si tú sabes que nunca hemos de encontrar… que no
encontramos... buscamos, y que el amor es la prórroga perpetua, que somos los
que siempre, ¡qué bueno! Hemos de estar solos… y luego, cuando acabes tu
cigarrillo, nos iremos cantando entre labios una canción no aprendida… y nos
iremos llorando, llorando la hermosa vida. Luego llegó Gabriela, Pablo le
cedió su asiento y ella se sentó a su lado. Martín la abrazó, y mientras
lloraba en el hombro de Gabriela, ella le decía acariciándole la cabeza: Pero Martín, si tú sabías que amar es amargo
ejercicio… que es mantener los párpados de lágrimas mojados... y refrescar de
besos las trenzas del cilicio, conservando, bajo ellas, los ojos extasiados. Luego
apareció Alfonsina, Mario le cedió el otro asiento, saludó a todos con besos.
Tomó a Martín de la mano y le dijo: Ya
deja esa historia, las cosas que mueren jamás resucitan, las cosas que mueren
no tornan jamás ¡las flores tronchadas por el viento impío, se agotan por
siempre, por siempre jamás!
Luego empezó a llover y se
fueron todos, dejaron a Martín solo. Él se paró de la banca y continuó su
camino. Encendió otro cigarrillo, y mientras caminaba, divisó a lo lejos la
silueta de un hombre vestido de terno gris que estaba sentado en una banca,
tenía el mentón apoyado en la mano derecha y las piernas cruzadas. Se fue
acercando… y sí, era su amigo Vallejo, a quien se le veía muy triste. Entonces
Martín le preguntó: ¿te sucede algo
César? Y éste le respondió: Esta
tarde llueve, llueve mucho ¡Y no tengo ganas de vivir, corazón!
MAURICIO
ROZAS VALZ
Desde mi mirada de común mortal: lector, debo comentar a este común mortal: escritor, que encuentro bueno su texto, en la medida que entusiasma su lectura, me atrae la mención de los poetas con segmentos de sus versos, despierta en mi sentimientos de melancolía y romanticismo. Dispuesta a leer el próximo y compartir éste.
ResponderEliminarUn abrazo!
Muchas gracias por su comentario... y mil disculpa por la demora en responderle. Un abrazo.
Eliminar¡Disculpado!
ResponderEliminarFascinante...
ResponderEliminarDebo confesar que durante la lectura, dejé escapar unos cuantos suspiros... no me quiero imaginar la cara de boba que tenía, y espero no me hayan pillado porque la verdad no creo que se coman el cuento de que estaba fascinada con los números jajajaja.
Anny
jajaajja, gracias otra vez, Anny, qué bueno que te gustara tanto.
Eliminar