Berenice nació en el campo,
en un hogar de clase media. Fue hija única y nunca nadie (excepto su madre y
quizás también ella), supo quién fue su padre. Se rumoreaba que fue un militar
ruso que llegó al Perú a inicios de los 70s, durante la dictadura militar del
general Velasco para adiestrar pilotos de la Fuerza Aérea (durante ese gobierno
se compró mucho armamento a la ex URSS), lo cual parecía ser cierto dados sus
rasgos poco comunes y el nulo parecido con su madre. Berenice era muy rubia y
de ojos azules y efectivamente tenía el tipo de una mujer de Europa del Este.
Además era poseedora de una belleza desmesurada que llamaba la atención y, como
si eso no fuera suficiente, desde niña fue muy sencilla y carismática;
sencillez que no perdió cuando se hizo adolescente (como se
suele perder en muchos casos).
Su infancia transcurrió como
la de cualquier niña, pero con algunos contratiempos por su tipo racial fuera
de lo común y que le costara algunos insultos, agresiones y discriminaciones,
situaciones que -poco a poco y con inteligencia- fue revirtiendo a través del
tiempo con su gran carisma y sencillez espontáneos. La cosa se le fue
complicando llegada la adolescencia, pues eran tiempos de fiestas de fin de
curso y de quince años y de los primeros
novios; pues los ojos de muchos muchachos fueron puestos en ella, provocando
envidias y los naturales celos del resto de muchachas que empezaban a apartarla
e incluso a maltratarla con insultos y hasta con algunos arañones y forcejeos.
A Berenice nunca le interesó
el dinero ni las ostentaciones de riqueza de algunos de sus muchos
pretendientes, los cuales eran codiciados por muchas de sus amigas. Tuvo dos o
tres novios de su colegio con los cuales no duró mucho tiempo hasta que ingresó
a la universidad. Se encontraba cursando el primer ciclo, cuando de pronto a su
madre le detectaron un cáncer muy agresivo que la llevó a la tumba en solo ocho
meses. Ese golpe fue muy duro para ella, ya que su madre era lo único que tenía
en la vida, pues a su padre nunca lo conoció y tampoco tuvo hermanos. Sólo
tenía a su abuela, con quien nunca tuvo una buena relación porque decía que
ella era hija del pecado, una bastarda y una vergüenza para la familia.
Esta situación obligó a
Berenice a dejar la universidad y a ver la forma de sobrevivir. Su madre le
dejó lo único que tenía, que era su modesta casa en el campo y algunos ahorros
que juntó durante toda su vida. Berenice aprendió desde muy niña a cocinar muy
bien, su madre fue su maestra y le transmitió todos los secretos de la cocina
tradicional de su región. Luego de mucho pensar, decidió invertir algo de esos
ahorros en montar un pequeño y rustico restaurante campestre en el pequeño
espacio que había entre la entrada de su casa y el camino de herradura que
conducía hacia ella. Compró una cocina industrial, el menaje necesario y cuatro
mesas cuadradas con sus respectivas sillas. Luego instaló un toldo para cubrir
las mesas del sol y la lluvia y, luego de algunos ensayos, mandó a confeccionar
un letrero y abrió sus puertas por primera vez. El nombre que eligió fue ‘La
fonda de la rusa’, pues ‘la rusa’ fue el apodo que le pusieron sus compañeros
de escuela desde muy niña.
Los primeros tres meses
fueron muy duros para Berenice, pues algunas veces tuvo que regalar su comida a
algunos campesinos que solían pasar por allí pastando su ganado porque no podía
guardarla mucho tiempo sin que se malograse. Luego aprendió a comprar lo justo
para no perder dinero y, a mediados del cuarto mes, empezó a llegar más
clientela al punto que, algunas veces, se agotaba todo antes de las 3.30 pm.
Esto entusiasmó mucho a Berenice, al punto que habilitó la sala de la casa para
ampliar su restaurante y compró cuatro mesas más duplicando su capacidad. Los
meses posteriores fueron muy buenos y, no bien cumplía su primer año, y tuvo
que construir un segundo piso con un pequeño departamento para ella, pues todo
el primer piso tuvo que ser acondicionado para ampliar su cocina y su capacidad
de aforo. Contrató a una ayudante de cocina y a un mozo para poder atender con
comodidad a sus clientes.
Una de esas tantas tardes de
viernes en que sus comensales alargaban la sobremesa con abundante cerveza, fue
abordada por un joven apuesto que vestía uniforme de la fuerza aérea de su
país, y se presentó ante ella como el capitán Giancarlo Di Martini. El flechazo
fue inmediato y en solo dos días se hicieron novios y empezaron un largo,
tórrido y accidentado romance que cambiaría irreversiblemente la ya de por sí
acontecida vida de Berenice, que por entonces apenas había cumplido recién los
veinte años.
La historia parecía
repetirse, pues como contaban las malas lenguas, su madre también se enamoró de
un militar, en su caso extranjero, pero finalmente militar y también piloto de
avión de combate. No pasó ni un año de relación y Berenice quedó embarazada. El
capitán le propuso matrimonio y en dos meses más se casaron en una pomposa y
fastuosa ceremonia que ofrecieron los padres del novio en el casino de la
Fuerza Aérea.
Los meses posteriores al
matrimonio fueron quizás los más felices en la sufrida vida de Berenice.
Durante ese tiempo nació la pequeña Paola, quien era muy parecida a ella y
llenó de felicidad y de ilusión a la joven pareja. Pasaron dos años más en los
que todo transcurría en una rutinaria -pero no menos cómoda- estabilidad que
Berenice disfrutaba mucho. Su vida era atender su hogar con la ayuda de una
nana y sin dejar su negocio que cada día era más rentable y exitoso. Todos los
días, luego de dejar todo ordenado y listo en casa, se iba a trabajar con su
niña en brazos y su nana, quien le ayudaba a cuidarla mientras ella atendía a
sus clientes en el restaurant. Llegaban las 5 pm y regresaba a casa para
esperar a su marido y disfrutar de la vida en familia que no tuvo de niña.
Todo iba muy bien, hasta que
uno de esos tantos días, y como suele ser en todas las fuerza armadas,
comunicaron a su marido que sería enviado por dos años de agregado militar al
Brasil. La noticia no fue del agrado de Berenice, pues no estaba dispuesta a dejar
abandonado el negocio que tanto esfuerzo y sacrificios le había costado hacer
crecer. Fue esta situación la que sacó a relucir un aspecto de la personalidad
–hasta entonces desconocida- de su marido militar; pues éste, ante la negativa
de Berenice de mudarse con él a Brasil, le dijo en tono muy castrense y como
quien se dirige a un soldado raso: “No te
estoy consultando si quieres o no venir conmigo al Brasil, simplemente lo pongo
en tu conocimiento para que vayas preparando todo para nuestro viaje. Eres mi
mujer y tienes que hacer lo que yo te digo y tienes que ir donde yo vaya.
Partimos en 33 días, así que por favor, corre viendo a quien encargas tu
negocio o si te parece, véndelo, no lo sé, ese es tu problema. Tú y Paola
vienen conmigo y punto. No se hable más…”
Berenice tuvo la mala idea
de contestarle, diciendo que ella de ninguna manera dejaría su negocio y que su
hija se quedaría con ella y que él podría llegar a visitarlas cuando pueda. No
terminaba de hablar, cuando de pronto fue interrumpida por una sonora bofetada
que la hizo rodar por el suelo y le dejó la mitad del rostro enrojecido.
Berenice quedó estupefacta al punto de no levantarse del suelo tomándose la
cara sin atinar a responder ni decir nada, ni siquiera atinó a pararse. Se
quedó tumbada en el suelo y su marido tomó su Kepí y salió de la casa tirando
la puerta y al punto de hacer romper las lunas e inmediatamente la niña arrancó
en llantos, lo que finalmente hizo levantar a Berenice, quien la cargó para
calmarla mientras ella también lloraba desconsolada de dolor y de impotencia
por el abuso y la humillación de la que había sido víctima.
Berenice no tuvo padre ni
hermanos ni abuelo que la defienda, lo que hizo que desde muy niña aprendiera a
defenderse sola y siempre fue de armas tomar. Inmediatamente empacó sus
maletas, tomó lo que pudo de sus pertenencias, llamó a un taxi y se mudó
nuevamente al pequeño departamento ubicado en los altos de su restaurant. Luego
fue a la comisaría y denunció a su marido por agresión, dejando constancia que
dejaba el hogar por temor a ser nuevamente agredida y por la seguridad de su
niña.
Se encontraba descansando en
su cama, luego de limpiar su departamento, de desempacar y de hacer dormir a
Paola, cuando de pronto sintió el motor de un automóvil que estacionaba en su
puerta; obviamente se trataba de Giancarlo, quien iracundo bajó del auto y
tumbó la puerta de la casa de un certero tacle. Berenice solo atinó a cargar a
Paola y a esconderse en el baño. Giancarlo no tardó en bajarse la puerta del
baño a empellones, le arranchó a la niña y con la mano izquierda la tomó por la
cabellera y la arrastró por las escaleras hasta el automóvil, abrió la puerta y
la metió a empellones en la parte de atrás y con una final patada en el trasero
cerró la puerta. La niña se ahogaba en llantos de pavor, la sentó a su lado, le
puso el cinturón de seguridad y arrancó rumbo a su casa. Dos de los ayudantes
del restaurant que en ese momento se encontraban haciendo limpieza, llamaron
inmediatamente a la policía, la que llegó luego de un par de horas. Les
informaron de lo sucedido y luego se retiraron.
Al día siguiente, llegó una
citación al departamento de la Villa Militar en la que vivían desde que se
casaron. Conminaban a Giancarlo a presentar sus descargos en la comisaría. Para
mala suerte de Berenice, dicha citación llegó muy temprano, cuando aún Giancarlo
se encontraba en casa y él mismo la
recibió. La leyó, esperó que el policía se alejara, e inmediatamente buscó a
Berenice en el dormitorio y le dijo: “Con
que denuncias a mí ¿no? Grandísima puta. Me quieres joder la carrera ¿no? Bueno
pues, te cuento que no fue una buena idea. ¿Tanta cosa por una cachetada?
Además, bien merecida. Ahora vas a saber lo que es bueno para que te quejes con
ganas y a ver si te quedan ganas de volver a irte de la casa. A mí nadie me
deja ¿entendiste? Luego de tu merecido irás con tus propias patitas a retirar
esa denuncia si no quieres que te mande a la tumba y con suerte a un hospital
¿ok?...” Apenas terminó de pronunciar estas palabras, se quitó el cinturón
y propinó una feroz paliza a la pobre de Berenice, quien daba gritos
desgarradores de dolor y de terror, mientras la niña observaba todo esto
aterrorizada y en llantos que se confundían con los de su madre.
Berenice no dijo nada, se
quedó callada y con la cabeza asintió que iría a la comisaría obedeciendo sus
órdenes; se secó las lágrimas, calmó a Paola y se metió a la ducha para aliviar
sus heridas con agua fría. Cuando salió del baño, Giancarlo ya se había ido.
Pues inmediatamente cargó otra vez a Paola y se fue a la comisaría a mostrar
las heridas y a denunciar nuevamente el hecho. Fue citada por el médico legista
y se hizo un parte con el detalle de sus lesiones para que la denuncia pasara a
la fiscalía. Con ese mismo parte fue al comando donde trabajaba Giancarlo y
preguntó por el comandante en jefe, lloró ante los subalternos y finalmente el
comandante accedió a recibirla; le contó todo lo sucedido con lujo de detalles
y se retiró nuevamente al departamento de los altos de su restaurant.
Giancarlo no volvió a
aparecerse por su casa, luego se enteró de que había sido castigado y que
finalmente no lo enviaron a Brasil, sino a un puesto fronterizo que quedaba muy
cerca de un caserío muy pobre y pequeño en medio de la Amazonía. Se enteró
también que sus superiores consiguieron ayudarlo para que la denuncia policial
se archive, pero a cambio le exigieron que se vaya calladito a su nuevo puesto
de castigo y que por un buen tiempo no se acerque a Berenice ni a su hija.
De estos hechos pasaron dos
años y Berenice no volvió a saber de Giancarlo; tampoco hizo mayores esfuerzos
por averiguarlo. Es más, empezó un romance con un funcionario bancario de rango
medio llamado Gerardo, quien era soltero y empezó a hacer las veces de padre de
Paola y con quien se le veía muy feliz.
Llegaban las fiestas de fin
de año, y Berenice se preparaba para celebrar la navidad con su familia. El 24
de diciembre, salió temprano para hacer sus últimas compras y nunca más regresó
a casa. A los cuatro días fue encontrada muerta con un agujero de bala en la
nuca y con las muñecas y los tobillos arañados y amoratados. El examen del
médico legista concluyó que había sido previamente secuestrada y amarrada y que
opuso tenaz resistencia. Para esto, se supo que el primer sospechoso, es decir,
su exmarido, no se había movido de su puesto de trabajo (a miles de kilómetros)
durante toda esa semana.
A pesar de la insistencia de
la prensa local, la Fuerza Aérea nunca quiso pronunciarse sobre el caso y tan
horrendo crimen quedó en la más absoluta impunidad, pues nunca se llevó a cabo
una investigación profunda para dar con el culpable y a los pocos meses el caso
fue archivado.
MAURICIO ROZAS VALZ
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