El Dr. Rochabrún, recibía todos
los días a sus pacientes en su gélido consultorio cuyos pisos eran tipo damero
en blanco y negro. Las paredes estaban totalmente cubiertas con mayólicas
blancas, las pequeñas ventanas eran
cubiertas por persianas horizontales clásicas, los focos eran fluorescentes
blancos y todos sus muebles eran de base
metálica, incluido el diván.
Tenía sólo tres pacientes, a
quienes recibía siempre a la misma hora: Ivana, de veinticinco años, soltera y
con una hija de cuatro, a la que recibía a las 7 am; Medardo de sesenta años,
divorciado dos veces, un hijo y tres nietos adolescentes, a quien recibía a las
10 am; y Jaime, de cuarenta, soltero y sin hijos, a quien recibía a las 7 pm.
La rutina era siempre la misma, de lunes a domingo:
Lunes, 7 am.-
-
Buenos días doctor ¿qué tal descansó anoche?
-
Muy bien mi buena Ivana y usted ¿Cómo
amaneció? ¿Qué tal le fue con su hijo?
-
Bien felizmente, doctor, gracias a usted todo
va mejor cada día. Mas bien, estoy ansiosa por escucharlo, usted me prometió
que hoy me tendría algunas conclusiones acerca de lo que hablamos.
-
Y bueno, sí, pero antes quisiera contarte
algunos antecedentes: cuando estuve haciendo mi maestría en Singapur, conocí a
un famoso psiquiatra, quien fue mi gran maestro y me prometió presentarme nada
menos que a…
-
Perdón doctor, pero ya me tengo que ir, se me
hizo tarde, mañana me sigue contando.
-
Hasta mañana Ivana
-
Hasta mañana doctor.
Luego
que Ivana se despedía, siempre a la misma hora, el doctor Rochabrún se sentaba
ante su vieja máquina de escribir y avanzaba en la escritura de su ensayo sobre
psiquiatría moderna a manera de hacer tiempo hasta las 10 am en que llegaba
Medardo, siempre puntual.
-
Buenos días Doctor, ¿qué tal descansó? ¿Qué
le cuenta Ivana? ¿Cómo va su ensayo?
-
Muy bien, Medardo, usted ¿Qué tal? ¿Cómo le
va con el tratamiento?
-
Y bueno, doctor, ahí nomás, pero eso lo veremos
después; si no le importa, preferiría que prosiga con lo que me estuvo contando
ayer y que no le dio el tiempo.
-
Ah bueno, como prefieras, yo encantado: … como
te contaba, aquel famoso psiquiatra en Singapur, me presentó a Jean Piaget, con
quién luego viajé a Bruselas para reunirme con Henry Miller, que fue quien me
enseñó las primeras técnicas narrativas. Me ayudó mucho, fuimos grandes amigos
y gracias a él escribí mi primer best seller. Algunas veces nos emborrachamos a
punta de daiquirís. También, gracias a ese psiquiatra…
-
Perdón doctor, ya me tengo que ir, otro
médico me espera. Hasta mañana doctor.
-
Bueno, está bien. Hasta mañana Medardo.
Luego que Medardo se
marchaba, siempre también a la misma hora, el doctor Rochabrún continuaba con
su escritura y apilando miles de hojas escritas y al cabo de unos minutos se
quedaba profundamente dormido hasta las 7 pm en que llegaba Jaime, siempre también
puntual.
-
Buenas noches Doctor ¿Qué tal su siesta?
¿Cómo va su ensayo? ¿Cómo siguen Ivana y Medardo?
-
Hola Jaime, la siesta reparadora, Ivana y
Medardo cada día están peor, ya casi ni me prestan atención y se nota que no me
están haciendo caso con la medicación. Pero bueno, problema de ellos, y déjame
decirte que tú también me preocupas.
-
No pues doctor, no se me moleste usted
conmigo. Más bien, me gustaría que me siga contando la historia que me contaba
anoche, en verdad me gusta.
-
Está bien, Jaime, como tú digas: … ya cansado
de las borracheras con Henry Miller, decidí dejar Bruselas y viajé a Londres a
una convención de psiquiatría donde conocí a Jung y Pavlov. Nos hicimos grandes
amigos, pero discrepamos mucho sobre nuestros respectivos métodos de terapia.
Luego, un tal Wundt, me recomendó buscar en Buenos Aires a unos colegas que
habían trabajado para el tercer reich. Me dio sus coordenadas, no sin antes
aconsejarme que tenga mucho cuidado porque esos colegas eran buscados
intensamente por el mossad. Luego de
unos meses de búsqueda, al fin di con uno de ellos, un gran tipo, quien me dio
muchas luces sobre las bondades del electroshock, la lobotomía y los
neurolépticos. Todo iba muy bien, hasta que un día me presentaron a Borges,
quien me invitó a…
-
Perdón doctor, mañana me sigue contando, ya
se me hizo tarde. Hasta mañana, doctorcito, descanse bien.
-
Cómo quieras Jaime, mañana te espero, no
olvides tomar tu medicación.
Luego que Jaime se retiraba,
el doctor Rochabrún continuaba con la escritura de su ensayo, que ya iba por la
página noventa y cuatro mil doscientos trece, sin un solo borrón ni
enmendadura, hasta quedar profundamente dormido.
MAURICIO ROZAS VALZ
Me pregunto si ese terapeuta les cobraba a sus pacientes jejejeje más se la pasaba contándoles su historia que analizándolos. De hecho él estaba necesitando urgente un terapeuta. Gracias Mauricio, siempre con tus interesantes y apasionantes historias.
ResponderEliminarJjajaaja, gracias, compañera Gloria.
EliminarSiempre hemos escuchado la frase, "todo psicólogo y psiquiatra tienen algo de locos". Y en mi experiencia, y al decir de ellos mismos, algo de "manías hay". Basta saber, en este caso, la cantidad de páginas (94 213) que ya tenía escritas y con solo 3 pacientes... En definitiva él era un 《prisionero de su propia doctrina》, se había convertido en su 《propio paciente 》, si acaso tenía algún remedio. En tanto sus "clientes", hace mucho que dejaron ser "sus pacientes"; pero hay que ver pues, como en muchos casos y de qué formas la "costumbre" siempre tiene esa extraña "fuerza" que aferra a unos y otros, en "juntos, pero no revueltos".
ResponderEliminarGracias estimado "Mau" por compartir tus textos; siempre reflexivos. Saludos!
Laura (@MaiaKaizen)
Muchar gracias por tu sesuno análisis del relato, Laura
EliminarSaludos