Un
viejo hostal de mala muerte ubicado en el centro de la ciudad y a media cuadra
del mercado mayorista, llevaba el nombre de ‘El Peral’, pero dados algunos de
sus múltiples usos y variopintos huéspedes, fue apodado con el nombre de ‘El
Camal’. En aquel lugar pernoctaron -e
incluso vivieron- muchísimos personajes
pintorescos y novelables que hubieran hecho las delicias del propio Dostoievski.
Quedaba
en los altos de una antigua construcción de principios del siglo XX. Las
escaleras y los pisos eran de madera astillosa y crujían cuando se caminaba
sobre ellos. Las paredes lucían descascaradas y de diferentes colores según la
capa de pintura. Tenía doce habitaciones muy pequeñas y un solo baño con un
inodoro y una ducha sin agua caliente
que era compartido por todos; incluido el dueño y el cuartelero. El lugar tenía
el olor del petróleo que se echaba al piso combinado con olor a desagüe, y parte del servicio ofrecido con una tarifa
adicional incluía bacinica en el dormitorio. Estaba ubicado en el centro de la
ciudad; en una zona atestada de comerciantes ambulantes, ferreterías, bodegas,
fondas y bares de mala muerte. Por estar cerca al mercado mayorista; era
frecuente alojamiento de camioneros, estibadores y mercaderes en tránsito.
Dado
el flujo de personas en aquellas calles, por las noches eran tomadas por
delincuentes, cargadores ebrios y prostitutas, quienes eran amigas de la casa,
e incluso una de ellas -una loretana de
nombre Zulema- vivió allí muchos años y
fue la engreída amante de don Vicente, quien era dueño del hostal y casi la
triplicaba en edad. Otro de los personajes que vivían en aquel lugar, era una exartista
de circo de aproximadamente sesenta años de edad de nombre Desdémona María.
Esta señora tenía un conviviente aguaruna mucho menor que ella que casi no
hablaba español y nunca abandonó su indumentaria típica ni sus costumbres de
nombre Bikú. Ambos ocupaban una de las habitaciones de aquel hostal junto con
una boa, un mono maquisapa y dos perros pequineses, con quienes trabajaba todos
los días por la tarde en un espectáculo circense en medio de la plaza adyacente
al mercado mayorista; además, también sabía leer la suerte en la coca,
practicaba amarres amorosos, vendía toda clase de brebajes y hierbas, curaba
sustos y daños, y también prestaba dinero con garantía de joyas de oro. Y
finalmente, otros dos personajes que vivían allí eran los hermanos Felipe y
Genaro Rotondo, dos jóvenes de poco más de treinta años que se dedicaban al
tráfico de madera proveniente de la tala ilegal. De las doce habitaciones del
hotel, quedaban disponibles para
huéspedes en tránsito sólo ocho, las
otras cuatro eran ocupadas permanentemente por la prostituta, la adivina y su pareja, los
hermanos Rotondo, y junto a ellos, en una suerte de covacha inmunda muy pequeña
y sin ventanas dormía Cecilio, el cuartelero, que era un muchacho de no más de
quince y que además era también recepcionista, cocinero y recadero.
El
huésped que más visitas y tránsito de gente tenía durante el día era la
adivina. Los clientes que la buscaban, ya sea para saber lo que les deparaba el
destino, o para recuperar al ser amado, o para comprar algún brebaje, o para
que les preste dinero, eran muchos. Algunas veces las colas llegaban hasta la
calle. Por la tarde no atendía clientes y montaba su espectáculo ambulante que
consistía en hacer bailar a sus dos perros pequineses con la música que tocaba
Bikú, mientras se pasaba la boa por el cuello y el mono saltaba haciendo
cabriolas y estirando la mano con un pequeño kepí rojo donde los espectadores
echaban sus monedas. Su espectáculo duraba de 4 a 7 pm. Luego recogía sus
animales y regresaba al hostal. Nunca nadie la vio ir a ningún banco, y por ahí
se rumoreaba que era analfabeta y que eso la avergonzaba mucho y el lugar donde
guardaba su dinero era un misterio que quitaba el sueño a muchos de sus
clientes y vecinos de cuarto. El dueño del hostal era uno de sus principales
deudores, ya que le debía el equivalente a dos años de hospedaje y la cifra
subía cada día más por los lujos que le demandaba Zulema, quien le había hecho
perder la cabeza con su juventud y sus nada despreciables encantos.
Todo
transcurría con normalidad, hasta que hubo un acontecimiento que cambió el
rumbo de las cosas irreversiblemente: uno de los hermanos Rotondo, Genaro,
había caído detenido por la policía en la carretera con una importante carga de
madera en la que habían invertido todo su capital. Felipe, el otro hermano,
llegó cabizbajo y angustiado al hostal y contó lo sucedido a don Vicente, quien
lo compadeció y le ofreció invitarle unas cervezas en el bar que estaba en la
esquina. Felipe aceptó.
Una
vez en el bar, Felipe contó a don Vicente con mayor detalle todo lo sucedido.
Le contó que el monto de los confiscado por la policía ascendía a sesenta mil dólares, de los cuales, sólo
veinte mil eran suyos y de su hermano; los otros cuarenta mil eran de un socio mafioso
que lo empezaría a buscar para matarlo si no le devolvía su dinero. Don Vicente
lo escuchó callado y cuando terminó, le contó también lo complicado de su
situación. Le contó que el dinero que le pedía Zulema para sus caprichos era
cada vez mayor, y que ya no sabía qué hacer, que lo poco que ingresaba al
hostal se lo pedía, y que incluso la bruja ya no le quería prestar más dinero.
Luego cambiaron de tema y empezaron a conversar del fútbol local y de política,
mientras las botellas vacías de cerveza se iban amontonando en una caja vacía
al costado de la mesa y ya estaban muy ebrios. De pronto don Vicente pidió a
Felipe que por favor le preste atención, que se le había ocurrido una idea:
- Dígame don
Vicente, soy todo oídos.
- Mira muchacho,
nuestra situación está más que complicada, tú no quieres que tu hermano se
pudra en la cárcel y mucho menos que te busquen y te maten ¿no es cierto?
- Sí, don Vicente,
pero dígame usted de qué se trata.
- Yo tampoco
quiero que Zulema me deje, si intenta dejarme la busco y la mato y qué chucha
pues, me voy preso pero a mí nadie me caga ¿entiendes?
- Sí don Vicente,
estamos de acuerdo, pero dígame de una vez de qué se trata.
- Escúchame con
atención: esta vieja de mierda de la Desdémona María tiene un culo de plata
escondida, la muy puta usurera cobra un culo de intereses con garantía de joyas
de oro…
- Pero eso debe de
estar guardado en algún banco o algo así don Vicente, no creo que sea tan
cojuda…
- No es cojuda
pero es ignorante pues, Felipe, yo la he tasado pues, nunca ha pisado ningún
banco y no sabe ni leer, creo. Todo lo guarda en alguna escondite de su cuarto.
- ¿Qué me insinúa
don Vicente, que le robemos?
- No huevón, que
le pidamos que nos regale… ¡claro pues, cojudo! Hay que pelarla a la muy hijaputa.
- Uhm… no sé don
Vicente, no sé qué decirle, a mí también me cae muy mal la vieja apestosa esa
que duerme con su aguaruna y sus cuatro animales en el mismo cuarto y nunca se
baña, pero robarle… no sé don Vicente, sé contrabandear, sobornar e incluso
disparar a lo que se mueva en la oscuridad del monte, pero robar… no tengo
experiencia, don Vicente…
- Bueno pues,
cojudo… ¿qué otra salida tienes? ¿Vas a dejar que Genaro se pudra en la cárcel?
Si dejas pasar los días lo trasladan a la canasta grande y de ahí no lo saca ni
la Virgen, los policías son unos corruptos, les llevas unos verdes y te lo
sueltan al toque, yo sé lo que te digo, y además ya te deben estar buscando tus
socios para cargarte y tirar tus huesos a sus perros.
- ¿Cómo sería la
operación, don Vicente? Lo escucho.
- Fácil pues
compadre: mañana mismo por la tarde, cuando la vieja se haya ido con sus
animales a la plaza, mandamos a Cecilio a comprar cualquier huevada muy lejos,
yo entro a la habitación a rebuscar y tú me haces de campana por si alguien
llega a la hostal. Sacamos el botín y salimos a la calle calculando la hora que
suelen regresar. Cuando regresen, encontrarán la chapa rota y harán todo su
escándalo y seguro que llaman a la policía. Nosotros llegamos después y nos
haremos los sorprendidos, para esto, romperemos también la chapa de mi oficina
y hago mi escena de horror denunciando que me han robado un huevo de plata
también, ¿qué te parece?
- Uhm… no sé qué
decirle don Vicente, la verdad que hasta me da un poco de pena, pero dadas las
circunstancias, caballeros pues, que La Virgen nos proteja y favorezca.
- ¡Salud!
- ¡Salud!
Al
día siguiente, Felipe salió como todas las mañanas y se fue a un bar a hacer
tiempo hasta que den las 4.30 pm en que debía regresar. Se encontró con dos
amigos y se le pasó la hora. Llegó a las 6 pm. Don Vicente lo esperaba muy
molesto por su demora, le hizo una señal de fastidio apuntando su reloj con un
dedo y con un mutuo guiño de ojos en señal de complicidad empezaron su macabro
plan. En efecto, Cecilio fue enviado a comprar vino a un distrito vecino y una
vez que partió, Felipe se ubicó al filo de las escaleras desde donde se miraba
la puerta abierta de la calle y todas las habitaciones. Don Vicente ingresó y
puso manos a la obra. Buscó por todos los cajones, debajo del colchón, dentro
del colchón, en las maletas, en las cajas de los animales, detrás de los
cuadros y en todos los lugares posibles y nada… no encontraba nada. Salió a la
recepción y preguntó a Felipe si se le
ocurría en donde más buscar. Felipe le dijo le sugirió que se apurase porque no
tardarían en llegar y que levante los listones de madera del piso que encuentre
movidos y flojos… y nada. Finalmente sacó los zócalos de madera de la pared
ayudándose con un martillo y encontró una cavidad muy larga del grosor del
zócalo y a lo largo de las cuatro paredes de la habitación. Todo estaba lleno
de pequeños rollos de dólares amarrados con ligas y muchas bolsitas de plástico
con diferentes joyas de oro. Tomó la pequeña canasta donde dormía uno de los
perros y la llenó con todo el botín.
Se
encontraba en todo el afán de llenar la canasta y de pronto oyó el silbido de
aviso de Felipe que le avisaba que alguien llegaba. Desdémona María sospechó
algo por la cara de susto que puso Felipe apenas la vio aparecer por las gradas
y subió presurosa encontrando a don Vicente con las manos en la masa. Tras ella
venía Bikú quien, sin soltar sus animales, subió corriendo tras Desdémona María
para ayudarla. La mujer empezó a gritar desaforadamente pidiendo auxilio y se
fue encima de don Vicente para arrebatarle la canasta y tras ella su marido. Felipe
fue a la cocina por un cuchillo y encontró a Bikú que tomaba por el cuello a
don Vicente que se aferraba al botín mientras su mujer trataba de
arrebatárselo, tomó a la mujer por la espalda y le puso el cuchillo en la
yugular exigiéndole que se callara y al hombre que soltara a don Vicente.
Accedieron a sus demandas y, no bien la mujer se había callado, Felipe le cortó
la yugular de una sola pasada de cuchillo y la dejó caer. Bikú, presa del
pánico, se fue encima de Felipe para atacarlo y éste lo recibió con una certera
puñalada en el abdomen. El dormitorio era un gran charco de sangre con dos cuerpos
moribundos con estertores en el suelo.
Don
Vicente estaba paralizado de terror. Nunca había visto una escena de sangre ni
presenciado un homicidio. Miraba con estupor toda la escena de horror y no
atinaba a decir ni a hacer nada. Felipe limpió el cuchillo en la ropa de Desdémona
María y tomó la canasta con el botín, se hizo paso entre ambos cadáveres y, al
llegar a las escaleras, apuñaló también por el abdomen a don Vicente con mucha
fuerza y sacudiendo el mango del cuchillo mientras éste le atravesaba las
entrañas y los ojos saltones de terror de don Vicente lo miraban aterrados e
intentaba sin fuerzas sacarse el cuchillo con ambas manos.
Finalmente,
Felipe sacó a los cuatro animales de sus cajas. Llevó al mono y a los
perros (que eran frecuentemente
maltratados con una varilla en el número circense) hasta la puerta, y no bien se sintieron
libres huyeron despavoridos. Ayudado con una escoba metió a la boa en el cuarto
junto con los cadáveres y cerró la puerta. Se lavó las manos y la cara, se
cambió de ropa, tomó un pequeño maletín donde puso el botín y sus cosas y se
marchó silbando ‘La Marsellesa’ con rumbo desconocido.
MAURICIO
ROZAS VALZ