“Todo hombre no engrilletado ni
embrutecido
por el egoísmo, puede vivir, feliz, todas las
patrias… “– José María Arguedas
Muchos de los que hemos
leído y disfrutado las novelas y los cuentos del gran José María Arguedas, estamos
ya cansados de que se le ensucie asociándolo injusta y arbitrariamente a la
bandera roja con la hoz y el martillo; esa sucia bandera que simbolizó al
Marxismo-Leninismo-Maoísmo de ‘Sendero Luminoso’ y que significó para los
peruanos decenas de miles de muertos por su causa; la misma causa genocida que,
con un engañoso discurso -supuestamente reivindicativo-, sirvió de perversa justificación
para que se torture y asesine impunemente a decenas de millones de personas en
todo el mundo (ExURSS, China Popular, Camboya, Corea, Cuba, Europa del Este y
un largo etcétera).
Quienes realmente hemos
leído y disfrutado cada una de las líneas escritas por Arguedas, hemos podido
sentir la ternura de su corazón en su pluma. Entonces, nos resulta pues
imposible creer que, de aquel hombre tierno, sensible y piadoso, hubiera
aflorado jamás un sentimiento mezquino y mucho menos un instinto asesino que
pudiera siquiera imaginar el hecho
execrable de entrar a un pueblo y matar a un perro colgándolo de un poste y
pasar casa por casa asesinando a familias enteras y amontonando sus cadáveres
en la calle. Debemos recordar con claridad que, Sendero Luminoso, asesinó
principalmente a campesinos; sus víctimas predilectas y con quienes mayor
ensañamiento demostró fueron indios, gente muy humilde que nunca tuvo la opción
de defenderse.
Arguedas, como es sabido,
fue criado por la servidumbre y convivió
desde sus primeros años con los indios que servían en casa de su padre.
Conoció el amor, la solidaridad y la protección de primera mano con estas
personas… jamás se le hubiera pasado por la cabeza asesinar a un campesino ni
mucho menos matar a un niño ni a un inocente animal colgándolo de un poste,
como lo hacían a diario las huestes asesinas de Sendero Luminoso… pues
simplemente ¡jamás! Eso sería imposible. Es más, quienes de alguna manera lo
hemos conocido a través de sus novelas y de sus cuentos, podríamos asegurar que
Arguedas hubiera sido incapaz de matar absolutamente a nadie, ni humano ni
animal… ¡nadie! Y jamás hubiera aprobado o celebrado que se coloque una bomba
en un auto o en un local para que mate a decenas de inocentes; eso lo podríamos
asegurar categóricamente y sin espacio a dudas.
Sin bien es cierto que
simpatizó con el comunismo… y antes de rasgarnos las vestiduras y
despacharnos despotricando con discursos
macartistas, ubiquémonos en el contexto histórico que le tocó vivir. Por aquel
entonces, la mayor parte de la intelectualidad mundial simpatizó con esta
corriente ideológica. Recordemos que ésta se vendió por entonces como la gran
alternativa política de reivindicación y de justicia para enfrentar al fascismo
(nada más falso, ya que en la práctica solo trajo terror, muerte, sufrimiento,
atraso y más pobreza. Pero ese es otro tema). Por entonces, la Cortina de
Hierro tenía plena vigencia y el Muro de Berlín recién se levantaba y los
mecanismos de información eran muy precarios. Era fácil, pues, caer en el
engaño; con mayor razón tratándose de una persona sensible y con sed de
justicia y que fue testigo desde muy niño de los abusos que cometían los
terratenientes con los campesinos.
No lo podría asegurar, ya
que no me consta –ni me podría constar a estas alturas-, pero temo que uno de
los detonantes que finalmente lo llevaron a tomar la fatal decisión de
suicidarse (por segunda y definitiva vez, ya que hubo una primera que se frustró), fue su tormentosa relación con la terrorista
chilena Sybila Arredondo. Si bien, ella
lo acompañó en sus últimos años, y él ya había intentado acabar con su vida en
una anterior oportunidad y sufría desde tiempo atrás de profundas depresiones;
esta mujer criminal, en todo caso, poco ayudó a que él se recupere y su
presencia solo sirvió para manchar de sangre la biografía de nuestro gran escritor
indigenista; ya que por su relación con ella, se le sigue asociando
injustamente con el violencia asesina de la hoz y el martillo. Los defensores
de estas hordas criminales, creen haberse comprado el nombre y la imagen de
nuestro querido escritor, ensuciándola con sangre… equivocados están. Podrán
engañar a quienes nunca lo leyeron, a nosotros, no.
Finalmente, debemos tenerlo
claro: Arguedas es sinónimo de buena literatura, de poesía, de ternura y
compasión. Arguedas es sinónimo de sed de justicia, de reivindicación y de
nobleza de espíritu. Arguedas es el sentir del indio y su particular
idiosincrasia. Arguedas son sus novelas, sus cuentos y sus poemas. Arguedas no
es la hoz y el martillo, ni la bandera roja ni Sendero Luminoso. Arguedas es inmortal,
es peruano, es nuestro, es de todos los que lo hemos querido y que honramos su
memoria leyéndolo y conmoviéndonos con su obra.
MAURICIO ROZAS VALZ
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