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viernes, 5 de abril de 2013

MATILDE







Encontré a Matilde en el cuarto de planchar. Estaba sentada en un banco al pie de la tabla y se cubría el rostro con ambas manos. Le pregunté qué le pasaba; me contestó que nada y al levantar el rostro tenía los ojos hinchados. Insistí en mi pregunta mientras ella se secaba los ojos con los antebrazos.

-  -   ¿Qué pasó, Matilde? Vamos, cuéntame.
-  -    Nada joven, nada serio.
-   -   ¿Cómo que nada? ¿Y esa cara?
-   -   Tonteras joven, tonteras.
-   -   ¿Estás enamorada y no te dan bola?
-   -   Ya quisiera joven (y sonríe un poco).
-   -   Entonces ¿Qué pasó?
-   -   Ya le dije, joven, tonteras de madre.
-  -    Ajá… entonces tiene que ver con Raúl.
-  -    Sí, joven.
-  -    ¿Qué pasó con él?
-   -   Nada, joven, nada.
- -   Pero entonces, ¿qué pasó? Me estás desesperando con tu ‘nada joven’. Es obvio que te pasa algo, estás llorando.
-   -   Nada, joven, mientras planchaba su camisa, imaginaba si algún día a mi Raúl, alguien le planchará sus camisas, si además tendrá camisas tan bonitas como las suyas, si además llegará a vivir en una casa como esta y en un lugar como este, si podrá ser como usted, joven.
-   -   ¿Y yo que tengo de especial, Matilde?
-   -   ¿Ve? ¿Para qué le conté? No se burle.
-   -   No me burlo, Matilde. ¿Cómo crees?
-   -   Ya tiene diecisiete y quiere ser policía y yo no quiero. Los policías son pobres, seguirá siendo pobre entonces y yo quiero que él no lo sea… y encima los matan a cada rato. No quiero, jovencito. Ayúdeme usted.
-   -   ¿Y yo qué puedo hacer, Matilde? ¿Ya tomó la decisión?
-  -    Al parecer, sí, joven, recuerde que yo no tengo marido y me ocupo también de mi hijita que recién tiene siete añitos.
-   -   ¿Y por qué tuviste otra más, Matilde?
-No sé qué decirle, joven, simplemente pasó. Usted sabe. Le conté de ese hombre que me golpeaba  cuando llegaba borracho.
-  -    Sí, lo recuerdo, disculpa por mi pregunta tan estúpida.
-  -    No, jovencito, tiene usted razón, pero qué le hacemos.
-   -   Ya nada, Matilde, ya nada.
-   -   ¿Cree usted que le pueda hablar?
-   -  ¿Yo? ¿Y qué quieres que le diga? Yo no soy su padre, por ahí hasta me manda a la mierda por metiche… y con justa razón.
-   -   No, joven, no, a usted lo respeta mucho, eso no pasará.
-   -   Bueno, el próximo viernes ven muy temprano con él.
-   -   Ya jovencito, muchas gracias.
-    -  ¿Por qué la vida es así, joven?
-   -   ¿Cómo?
-  -    Así pues, joven. Así.
-   -  ¿Cómo ‘así’? Explícate, Matilde
-  -    Tan injusta, tan dura. Parece que a Dios algunas personas le cayeran bien y   otras le caemos muy mal; algo así, usted me entiende.
-  -  Bueno, sí, te entiendo… pero ya no te pongas trágica pues, ya vamos a ver cómo convencemos a Raúl, no te adelantes.
-  -  Es que no solo es eso, joven… cada que algo sale mal no dejo de recordar todo lo que ha sido mi vida, usted sabe, le conté.
-   -   Sí, pero ya no estés recordando eso a cada rato.
-    -  Es que no le he contado todo, joven.
-   -   ¿Qué, hay más?
-   -   Sí, joven, sí, hay más.
-  -   Me contaste que habías llegado a Lima hace veintisiete años, cuando tenías solo once… y huyendo de los terroristas con tu hermana de quince. También que habías dormido en la calle muchas noches y que a veces no comías y sufriste mucho. Recuerdo bien todo eso, Matilde… muy triste todo.
-  -  Bueno,  no le conté que a mi madre la mataron los militares y que a mis dos hermanos: al mayor y al tercero, se los llevaron los terroristas luego de matar a nuestros animalitos y de sacarles las vísceras delante de nosotros. Tampoco le conté que nunca volví a saber de mis hermanos. Nunca.
- - ¡Caramba, Matilde! Qué espantoso todo lo que me cuentas; en verdad lo lamento.
-  -    No quise molestarlo, joven, discúlpeme.
- - ¿Y quién te ha dicho que me molesta? No me digas eso, sólo te estoy prestando atención e intento ponerme en tus zapatos… es todo.
- - Bueno, entonces…  cometí el error de contarle toda esa historia a mi hijo cuando tenía quince años y ya se hacía hombrecito. Pensé que era justo contarle porque siempre me hizo preguntas de ese tipo. Ahora, él quiere ser policía por eso… ¿se da cuenta de mi mala suerte? Yo le cuento… y él ahora quiere ser policía. No quiero que me lo manden a la sierra o a la selva y me lo maten los terroristas o los narcos, jovencito… no quiero eso.
-   -   Tranquila, Matilde… trataremos de persuadirlo.
-Gracias jovencito, vaya nomás a descansar… seguramente está cansado.  -Termino con esto y me voy.
-      - ¿Estás segura?
-  -    Sí, jovencito. Vaya nomás.
-   -   Hasta el próximo viernes, Matilde.
-   -   Hasta el próximo viernes, joven. Dios me lo bendiga.


MAURICIO ROZAS VALZ

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