Encontré a Matilde en el
cuarto de planchar. Estaba sentada en un banco al pie de la tabla y se cubría
el rostro con ambas manos. Le pregunté qué le pasaba; me contestó que nada y al
levantar el rostro tenía los ojos hinchados. Insistí en mi pregunta mientras ella
se secaba los ojos con los antebrazos.
- - ¿Qué
pasó, Matilde? Vamos, cuéntame.
- - Nada
joven, nada serio.
- - ¿Cómo
que nada? ¿Y esa cara?
- - Tonteras
joven, tonteras.
- - ¿Estás
enamorada y no te dan bola?
- - Ya
quisiera joven (y sonríe un poco).
- - Entonces
¿Qué pasó?
- - Ya
le dije, joven, tonteras de madre.
- - Ajá…
entonces tiene que ver con Raúl.
- - Sí,
joven.
- - ¿Qué
pasó con él?
- - Nada,
joven, nada.
- - Pero
entonces, ¿qué pasó? Me estás desesperando con tu ‘nada joven’. Es obvio que te
pasa algo, estás llorando.
- - Nada,
joven, mientras planchaba su camisa, imaginaba si algún día a mi Raúl, alguien
le planchará sus camisas, si además tendrá camisas tan bonitas como las suyas,
si además llegará a vivir en una casa como esta y en un lugar como este, si
podrá ser como usted, joven.
- - ¿Y
yo que tengo de especial, Matilde?
- - ¿Ve?
¿Para qué le conté? No se burle.
- - No
me burlo, Matilde. ¿Cómo crees?
- - Ya
tiene diecisiete y quiere ser policía y yo no quiero. Los policías son pobres,
seguirá siendo pobre entonces y yo quiero que él no lo sea… y encima los matan
a cada rato. No quiero, jovencito. Ayúdeme usted.
- - ¿Y
yo qué puedo hacer, Matilde? ¿Ya tomó la decisión?
- - Al
parecer, sí, joven, recuerde que yo no tengo marido y me ocupo también de mi
hijita que recién tiene siete añitos.
- - ¿Y
por qué tuviste otra más, Matilde?
- - No
sé qué decirle, joven, simplemente pasó. Usted sabe. Le conté de ese hombre que
me golpeaba cuando llegaba borracho.
- - Sí,
lo recuerdo, disculpa por mi pregunta tan estúpida.
- - No,
jovencito, tiene usted razón, pero qué le hacemos.
- - Ya
nada, Matilde, ya nada.
- - ¿Cree
usted que le pueda hablar?
- - ¿Yo?
¿Y qué quieres que le diga? Yo no soy su padre, por ahí hasta me manda a la
mierda por metiche… y con justa razón.
- - No,
joven, no, a usted lo respeta mucho, eso no pasará.
- - Bueno,
el próximo viernes ven muy temprano con él.
- - Ya
jovencito, muchas gracias.
- - ¿Por
qué la vida es así, joven?
- - ¿Cómo?
- - Así
pues, joven. Así.
- - ¿Cómo
‘así’? Explícate, Matilde
- - Tan
injusta, tan dura. Parece que a Dios algunas personas le cayeran bien y otras le caemos muy mal; algo así, usted me
entiende.
- - Bueno,
sí, te entiendo… pero ya no te pongas trágica pues, ya vamos a ver cómo
convencemos a Raúl, no te adelantes.
- - Es
que no solo es eso, joven… cada que algo sale mal no dejo de recordar todo lo
que ha sido mi vida, usted sabe, le conté.
- - Sí,
pero ya no estés recordando eso a cada rato.
- - Es
que no le he contado todo, joven.
- - ¿Qué,
hay más?
- - Sí,
joven, sí, hay más.
- - Me
contaste que habías llegado a Lima hace veintisiete años, cuando tenías solo
once… y huyendo de los terroristas con tu hermana de quince. También que habías
dormido en la calle muchas noches y que a veces no comías y sufriste mucho.
Recuerdo bien todo eso, Matilde… muy triste todo.
- - Bueno,
no le conté que a mi madre la mataron
los militares y que a mis dos hermanos: al mayor y al tercero, se los llevaron
los terroristas luego de matar a nuestros animalitos y de sacarles las vísceras
delante de nosotros. Tampoco le conté que nunca volví a saber de mis hermanos.
Nunca.
- - ¡Caramba,
Matilde! Qué espantoso todo lo que me cuentas; en verdad lo lamento.
- - No
quise molestarlo, joven, discúlpeme.
- - ¿Y
quién te ha dicho que me molesta? No me digas eso, sólo te estoy prestando
atención e intento ponerme en tus zapatos… es todo.
- - Bueno,
entonces… cometí el error de contarle
toda esa historia a mi hijo cuando tenía quince años y ya se hacía hombrecito.
Pensé que era justo contarle porque siempre me hizo preguntas de ese tipo.
Ahora, él quiere ser policía por eso… ¿se da cuenta de mi mala suerte? Yo le
cuento… y él ahora quiere ser policía. No quiero que me lo manden a la sierra o
a la selva y me lo maten los terroristas o los narcos, jovencito… no quiero
eso.
- - Tranquila,
Matilde… trataremos de persuadirlo.
- - Gracias
jovencito, vaya nomás a descansar… seguramente está cansado. -Termino con esto y
me voy.
- - ¿Estás
segura?
- - Sí,
jovencito. Vaya nomás.
- - Hasta
el próximo viernes, Matilde.
- - Hasta
el próximo viernes, joven. Dios me lo bendiga.
MAURICIO
ROZAS VALZ
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