Tenía
quince años, y disfrutaba de las pocas horas -ó días- que me quedaban de niño. Mi adolescencia ya
había anunciado su inminente llegada algunos meses atrás, en el verano, cuando
por primera vez me había enamorado perdida y platónicamente. Su nombre era
Sandra, pero sus amigos le llamaban cariñosamente 'Sandy'. Ella era ligeramente
mayor que yo, me llevaba sólo unos meses, los suficientes -dada nuestras edades- para hacerla inalcanzable para mí. Ella era
toda una mujer, al menos así la veía yo, tenía todos los requisitos para serlo.
En cambio yo, podía contar mi incipiente vello púbico con facilidad y hasta la
voz la tenía de niño.
Serían
aproximadamente las cuatro de la tarde de un soleado sábado y me encontraba en
el garaje de la casa de mi amigo Alonso, ayudándolo a lavar el auto de su
padre, quien le prometió prestárselo durante una hora si lo dejaba impecable.
En lo que me encontraba pasando con fuerza una franela por la maletera del
auto, oímos a los lejos una melodía que se iba acercando por la calle poco a
poco. La música se escuchaba a todo volumen
-recién se ponían de moda los auto-radios Pioneer – y ambos nos asomamos a la reja del garaje a
ver de quién se trataba. Era una camioneta pick up marca Ford. La manejaba el
hermano mayor de Sandy y, en la tolva, iba un grupo de aproximadamente diez
chicas, entre las que se encontraba Sandy… radiante, lindísima, ondeando su
larga cabellera castaña que brillaba con la luz del sol del atardecer. La
música que emanaba de los parlantes de la camioneta era: Take it on the run, de Reo Speedwagon (imposible olvidarlo). Me empezaron a temblar la piernas y se me
resecaron los labios. Alonso se percató y me dijo: ¡ahí está! ¡Mírala! Está lindísima.
La
camioneta se detuvo justamente frente a nosotros. Allí vivía una amiga de
Sandy, quien a su vez era muy amiga de Alonso. Él era un año y medio mayor que
yo y algo más corrido. Siendo uno de mis más cercanos amigos, sabía positivamente
que ella me gustaba, es más, no sólo sabía que me gustaba, sabía que me
encantaba y que moría por ella. ¡Ya sé! Me
dijo Alonso: -Kike (el hermano de Sandy)
es mi amigo, me acercaré a pedirle que repita la canción de Reo Speedwagon y
nos apuntamos… y ya que mi viejo me prestará el auto, le decimos que algunas
chicas se pasen con nosotros y nos vamos a dar una vuelta, de paso que la
conoces, ¿qué te parece?- Y bueno, acepté asintiendo con la cabeza, ya que
el temblor de piernas no me pasaba, es más, se hacía más intenso.
En
efecto, cruzamos y Alonso saludó a Kike y a las chicas. Le pidió que le preste
un momento el casette y le propuso dar una vuelta con las chicas. Kike aceptó
y Sandy fue la primera en bajar a saludar. Alonso me la presentó, ella me dio
un beso en la mejilla y yo sentía que me ardía toda la cara y no atiné decir
nada, sólo dije mi nombre balbuceante y me apresuré a abrirles la puerta del
auto. Aquel auto era muy grande. En la parte posterior entraron cuatro chicas y
adelante subió Sandy, quedando al medio entre Alonso y yo. Una
vez todos sentados, coordinamos con Kike y fuimos primero a pasear por la
campiña de la ciudad. Mientras paseábamos, fui poco a poco dejando la
tembladera y entrando en confianza. Era la primera vez que vivía algo así,
incluso me arriesgué a contar algunos chistes exponiéndome a un posible
ridículo, pero felizmente eso no sucedió y, por el contrario, logré que todas
rieran ganándome un espacio con cierta popularidad.
Empezaba
a oscurecer y Alonso propuso ir a tomar
helados a un local muy de moda por aquellos tiempos y que convocaba a la
juventud precisamente los sábados por la tarde. Llegamos a aquel lugar y
ocupamos la última mesa que daba hacia la calle. Sandy sacó de su bolsillo
trasero un cigarrillo enclenque y algo aplastado y lo encendió. Todo iba muy bien, esperé a que Sandy se siente para –apurado- sentarme a su lado. No dejaba de
mirarla y cada carcajada suya provocada por alguno de mis chistes era para mí
la gloria.
Aquel
local era para nosotros algo así como el Arnold’s
drive in, de la serie Happy Days
(sólo que no estábamos en Wisconsin, sino en Arequipa), tan… pero tan
parecido, que en eso llegó el miserable de Pietro, quien ya tenía dieciocho y
venía a ser el Fonzie en su Yamaha XT 250 con el escape suelto.
Sandy se paró inmediatamente de la mesa y, sin mediar palabra, se fue corriendo
hacia los brazos del miserable de Pietro.
Alonso
y las demás chicas se percataron de mi expresión. No pude disimular mi desencanto.
Era la primera vez en mi –entonces-
corta vida que me apuñalaban de esa manera el corazón. Alonso pidió la
cuenta, pagamos y nos fuimos. Las chicas decidieron quedarse. Íbamos camino a
casa, cuando nos dimos cuenta de que Kike había dejado olvidado su casette de
Reo Speedwagon en el auto de Alonso. Busqué Take
it on the run, puse volumen y sin decir palabra tomamos rumbo a mi casa.
MAURICIO
ROZAS VALZ
Malvado Pietro, malvados nervios, malvado amor platónico...
ResponderEliminarUn brindis por eso Mau! ... Porque ya no están =)
Anny
Jajjaajajaj, sí, malvados, gracias Anny.
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