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miércoles, 13 de febrero de 2013

EL VENDEDOR









Pedro Luis había conseguido un empleo de vendedor de una empresa importadora de artículos de aseo personal  (jaboncillos, champú, y una marca de dentífrico relativamente nueva). Su trabajo consistía en viajar por todos los pueblos pequeños de la sierra central del país. La empresa le daba una ajustada cantidad de dinero para sus gastos en pasajes, comida y alojamiento. Aquella cantidad que recibía alcanzaba para una comida al día, pasajes en bus y casas de hospedaje baratas… no daba para más.

Empezaba ya la tercera semana en su nuevo trabajo y Pedro Luis había empezado a destacar por sus dotes de vendedor. Todas las noches, desde una cabina pública, llamaba a su empresa para reportar sus pedidos. Solía partir los domingos por la noche, hacía todo su recorrido y regresaba los sábados por la mañana. Entraba al fin a la cuarta y última semana del mes y Pedro Luis se embarcó rumbo a la sierra de Junín para cerrar su mes exitosamente.

Empezó la semana muy bien, fue recorriendo pueblo por pueblo dejando sus pedidos, y el día jueves por la noche se embarcó en el bus que lo llevaría a visitar el último pueblo de su recorrido. Sería aproximadamente las 4 am y de pronto el bus se detuvo. Un grupo de cuatro hombres encapuchados y armados con pistolas subieron al bus y a gritos hicieron bajar a todos. Los desvalijaron de todo lo que tenían y dispararon a todas las llantas del bus para que no los pudieran perseguir. A Pedro Luis le quitaron todo, absolutamente todo. Lo dejaron sin un céntimo, y hasta el reloj y sus anteojos baratos le fueron robados. La gente que viajaba con él, que también fue asaltada, entró en ataque de nervios. Por aquel entonces no existían celulares y no en todos los pueblos había línea telefónica. Todos, excepto Pedro Luis, decidieron quedarse allí hasta que pasara alguien y los auxilie. Pedro Luis siempre fue muy testarudo, cogió su pequeño maletín y tomo el mismo rumbo del camino que en medio de la noche era alumbrado por la luna llena.

Pedro Luis caminó aproximadamente una hora y encontró una bifurcación. Aquella bifurcación no tenía letreros. Se sentó un momento en una piedra y se puso a pensar en cuál de los dos caminos tomar, si a la derecha o a la izquierda. Pensó que si se persignaba con la derecha, lo mejor sería ir por ahí… así que ya decidido  -pero con una ligera duda por dentro-  lo siguió sin mucho pensar y acelerando el paso. Pasó aproximadamente una hora y media, y el cielo empezó a aclararse en señal  que empezaba a amanecer. Se detuvo, sacó de su maletín algo más de ropa para abrigarse y se acomodó a un costado de la pista junto a una piedra, a descansar y tratar de dormir unos minutos. Logró dormir aproximadamente una hora, la caminata había sido larga y estaba muy agotado. Se incorporó y continuó camino, esta vez bajo un brillante sol que alumbraba mas no calentaba. Aproximadamente a las 10 am logró divisar un pequeño pueblo en medio de dos cerros, en un pequeño valle. Aceleró el pasó y en aproximadamente en cuarenta minutos al fin llegó.

En las afueras había unos pequeños ranchos con cerdos y cuyes. Se cruzó con un grupo de niños que llevaban mochilas y cuadernos en la mano, quienes lo saludaron en coro educadamente. Caminó dos cuadras y llegó a una pequeña plaza. Preguntó a los transeúntes donde podría conseguir un teléfono. Le respondieron que no había ningún teléfono a varios kilómetros a la redonda, que su único medio de comunicación era la radio del puesto policial. Cruzó la plaza y llegó al puesto y le contó lo sucedido al comisario. Este le dijo que tenía prohibido prestar el radio para asuntos particulares, que sólo era para emergencias y pedido de ayuda. Pedro Luis, insistió alzando la voz que había sido asaltado y desposeído de todo. El comisario le pidió que no insistiera y que bajase el tono de voz, sino se vería obligado a detenerlo por falta a la autoridad. Finalmente le preguntó qué podía hacer. El Comisario le recomendó esperar al camión que llegaba todos los martes y que mientras tanto busque a doña Filomena, quién tenía el negocio más próspero de todo el pueblo, que era una pensión con dos habitaciones, una fonda con tres mesas y una pequeña tienda de abarrotes. – Pero si no llevo dinero… insistió Pedro Luis.  – Ese no es mi problema, usted búsquela si quiere,  yo no puedo hacer nada por usted… concluyó el comisario.

Pedro Luis, obedientemente buscó a doña Filomena, le explicó lo sucedido y le pidió ayuda. Ella le dio la tarifa por día de la pensión que incluía desayuno, almuerzo y dormitorio. Pedro Luis le recalcó que no traía dinero, y doña Filomena le hizo una propuesta de trabajo: todas las mañanas, de lunes a lunes, ordeñaría su única vaca y pondría a hervir la leche; luego, recogería los huevos de las gallinas, pondría a hervir también agua y prepararía el desayuno de los pensionados; luego, lavaría el servicio y ayudaría a pelar papas y demás quehaceres de la cocina para la hora de almuerzo; luego, también lavaría el servicio y su trabajo habría terminado. Por todo eso le pagaría siete soles diarios y con eso le podría pagar el ochenta por ciento de su pensión, y el otro veinte por ciento lo iría anotando para que se lo pague después, cuando su situación mejore. A Pedro Luis, todo eso le pareció muy abusivo y esclavista, pero no tuvo otra alternativa que aceptar… ante la sonrisa piadosa de doña Filomena, quien estaba convencida de que estaba haciendo una gran obra de caridad.

Inmediatamente Pedro Luis, pragmático como era, puso manos a la obra y pidió a doña Filomena que le indique dónde quedaba su habitación para cambiarse de ropa, asearse y comenzar a trabajar. Pensaba que sería cosa de sólo unos días y pronto encontraría la forma de regresar a la ciudad. En sólo unos minutos estaba ya pelando papas y haciendo algo de aseso en ese lugar que se notaba que hacía mucho tiempo nadie limpiaba. Terminó su trabajo, almorzó, lavó los trastos y pidió permiso para retirarse a su habitación, estaba muy cansado por la larga caminata y la mala noche que había pasado, y casi apenas se tendió sobre la cama quedó profundamente dormido hasta el día siguiente.

No fue problema para él levantarse muy temprano para ordeñar la vaca y recoger los huevos, estaba acostumbrado. Ayudó a preparar el desayuno y atender a los comensales y cumplió eficientemente toda la rutina que le había sido encomendada como labor. Hizo una corta siesta, y salió a caminar para conocer el pueblo que ahora lo cobijaba y el paisaje que lo rodeaba. El pueblo era muy pequeño; no tenía más de veinte manzanas pequeñas y aproximadamente unos mil habitantes, incluidos los que vivían en las afueras y trabajaban en el campo. La gente era muy amable, todos lo saludaban quitándose el sombrero y haciendo una venia. Durante su caminata, preguntó a los pobladores a qué distancia aproximada estaba el siguiente pueblo, y le dijeron que aproximadamente a treinta kilómetros y varias horas caminando. Preguntó también, si alguien en la ciudad, aparte de la policía, tenía algún vehículo automotriz. Su pregunta arrancó algunas sonrisas y le respondieron que el patrullero de la policía no tenía ni llantas, y que estaba botado en un pequeño taller detrás de la comisaría, que además era el único del pueblo, y al que acudían las no más de cuatro familias que poseían pick ups muy viejas y no más de dos camioncitos también muy viejos. Toda aquella vuelta de reconocimiento que incluyó subir algunos andenes y trepar escarpadas le tomó el resto de la tarde. Casi anocheciendo decidió regresar antes de que lo sorprenda la oscuridad de la noche y se fue a descansar, otra vez hasta el día siguiente en que nuevamente tendría que madrugar para cumplir con su rutina de trabajo.

Pasaron dos días, y al fin llegó el martes que, como bien le indicó el comisario, llegaba el único bus de la semana trayendo pasajeros y se cuadraba durante una hora en la plaza para recoger a quienes viajasen a la ciudad. Pedro Luis se acercó al chofer, le explicó lo sucedido y le ofreció pagarle con toda su ropa, incluida su chompa y su casaca, las que se quitaría y entregaría llegando a la ciudad. El chofer revisó la ropa con cuidado, lo miró con desprecio y le dijo que por esa basura no lo llevaba ni a un kilómetro de distancia, que junte los veinticinco soles que costaba la carrera y encantado. Esto llenó de impotencia a Pedro Luis, por un momento pensó hasta en golpear a aquel insolente chofer por grosero y aprovechador, pero lo pensó bien y se dio media vuelta, sabía que si hacía eso sería detenido por la policía y que perdería hasta el esclavista puesto que tenía con doña Filomena.

Ya acostado en la cama, y en la más absoluta oscuridad, trataba de diseñar un plan que lo sacara lo antes posible de ese pueblo y le permitiera regresar a la ciudad. La sola idea de que el tiempo pasara y se quedará allí lo aterrorizaba, le recordaba aquella prosa de Julio Ramón Ribeyro que leyera años atrás, y que describía la desoladora realidad de aquellos obreros que dormían, almorzaban, cenaban y hasta jugaban en un hotel, al cual le pagaban con su jornal todos los viernes y no les quedaba un solo centavo de libre disposición, y que, a diferencia de los esclavos, ni siquiera les quedaba la esperanza de la manumisión. Pensaba que la única forma de volver a la ciudad era huyendo en uno de esas viejas camionetas que se encontraban en el taller del pueblo, y que, finalmente cuando haya llegado, reportaría de un teléfono público a la policía la ubicación del vehículo para devolverla.

Durante varias noches pensó en cómo llevar a cabo su arriesgado plan. Pasó algunas veces por aquel taller, y se quedaba esperando durante horas para ver qué vehículo salía y hacia donde se dirigía. Luego de varios días, un lunes por la tarde, vio salir una vieja Datsun 1975 de color mostaza, la que era conducida por uno de los policías que solían cuidar la puerta de la comisaría. Lo siguió discretamente y se fijó en qué puerta se estacionaba.  Al día siguiente, terminado su trabajo, fue a merodear por aquella casa donde se había parqueado la camioneta, y vio salir de la casa a una joven mujer y a una niña de aproximadamente cuatro años de edad, y que rompían con la uniformidad racial de la población de aquel pueblo: ambas eran muy rubias, de ojos verdes y piel rosada y reseca por el clima de las alturas. Pedro Luis dio la vuelta a la manzana a paso ligero para hacerse el encontradizo con ellas. Saludó a la mujer con cortesía, le explicó que no era del lugar y le preguntó dónde podría comprar unas aspirinas porque no se encontraba muy bien. La mujer le explicó que eso sólo tenía la bodega de doña Filomena, pero que ella tenía en casa unas cuantas y le regalaría una; le pidió que la acompañe y mientras caminaban, la niña lo miraba muy sonriente y con mucha curiosidad agarrándose de su pantalón. Llegaron a la casa, y ella miró a los costados asegurándose que nadie viera la escena y lo hizo pasar. Una vez adentro le trajo un vaso de agua y la aspirina. El no pudo dejar de preguntarle qué hacía allí una mujer como ella, que era claro que no era del lugar. Ella mandó a la niña a su dormitorio, y le contó una historia escalofriante: cinco años atrás, había llegado desde Uruguay con su flamante esposo en su viaje de Luna de Miel, y que habían sido emboscados por un grupo de terroristas, quienes asesinaron a su marido a pedradas ante sus ojos y que ella había sido violada por todo ese grupo de aproximadamente veinte hombres, y que, como si no fuera suficiente, a los tres días de ser secuestrada, la policía tomó por asalto el campamento donde se encontraba, matando a casi todos los hombres y apresándola junto con otras mujeres del grupo y acusándola de ser también terrorista y fue apresada y llevada junto con las demás a la comisaría,  y una vez en la comisaría… llegó el comisario y al verla ordenó que la sacaran del calabozo y la llevó a su oficina, y que una vez en su oficina… la hizo desnudar y también la violó… y una vez que terminó, le ordenó vestirse y le soltó el siguiente discurso:

-       Mira mamacita, escúchame bien, hoy es tu día de suerte y agradece a tu viejita el hacerte tan rica… las demás perras que capturamos contigo en este momento la están pasando muy mal y en sólo unas horas no verán más las luces de este mundo, entiendes ¿no?
-       
Ella le interrumpió diciéndole que no era terrorista, que era una turista uruguaya que había sido asaltada y que incluso habían matado a su marido… cuando de pronto recibió una sonora bofetada y él continuó con su discurso:

-       Ah… turista ¿no? ¿Y quién chucha te va a creer ese cuento? Seguro eres estratega pues. Uruguaya ¿no? Seguro eres tupamaro pues, segurito. Bueno, bueno, al grano, tienes dos opciones, escoge, o te conviertes en mi hembra y me atiendes y me cocinas, me lavas la ropa y te dejas culear cuando yo quiera… o te mando con las demás al hueco. Habla de una vez que estoy apurado. Pero eso sí, si intentas huir o haces alguna huevada, te corto a pedacitos y se los doy de comer a los chanchos…

Luego le contó que pasó poco más de un mes, y ya cuando se encontraba viviendo con el comisario, se dio cuenta que estaba embarazada, y que lo peor de todo era que no sabía si el padre era su difunto esposo, el comisario, o alguno de los terroristas muertos, y que cuando el comisario lo supo, le dio una paliza que le hizo temer que abortaría, y que a partir de ese día el comisario se mudó a la comisaría y la dejó a ella viviendo en esa pequeña casa de dos habitaciones, y que solo la buscaba los viernes para acostarse con ella y algunas veces para golpearla porque sí, porque simplemente tenía ganas de hacerlo.

Luego de escuchar estupefacto toda esa historia, hubo un espacio de silencio de algunos minutos. Entonces Pedro Luis le sugirió huir de allí, le pidió que le de la rutina en que el comisario la visitaba para no ser descubiertos. Ella le dijo que ese era un buen día, que los martes se quedaba libando cerveza y jugando cartas con los demás policías y que todos terminaban siempre muy ebrios antes de las diez de la noche y además, debían aprovechar la luna llena porque la camioneta no tenía luces. Pedro Luis se despidió y le dijo que regresaría a las diez de la noche para llevar a cabo su plan.

Ella sacó la cabeza por la ventana de la casa y una vez que se fijo que nadie había visto, abrió la puerta para que Pedro Luis saliera. Inmediatamente salió, se dirigió al taller con el cuento de que trabajaba cerca de allí y que había perdido las llaves del vehículo que conducía, para que el mecánico le explicara como arrancar un motor con contacto directo. El mecánico no se tragó el cuento y lo miró con recelo, le preguntó quién diablos era y para qué quería saber cómo se arrancaba un vehículo. Lo botó del lugar, no sin antes decirle que agradezca que los martes todos los policías del pueblo se emborrachaban, sino lo denunciaba.

Pedro Luis, como todas las noches se acostó muy temprano para no despertar sospechas y esperó que dieran las nueve de la noche, guardó sus pocas pertenencias con sigilo y, sin hacer ruido, fue al encuentro de la mujer y la niña, siendo las calles alumbradas sólo por la luz de la luna llena. Llegó, toco despacio la puerta y ella lo esperaba con una pequeña maleta y la niña muy abrigada. Subieron a la camioneta que no tenía ventanas, y Pedro Luis intentó prenderla alumbrándose sólo por una pequeña vela que la mujer le sostenía tapando la luz de un costado con su mano para que evitar que los vieran. Probando una y otra vez juntando diferentes cables, al fin lograron arrancar la camioneta. Pedro Luis embragó, puso primera y ella le tomó la mano y le dijo:

-      Por las circunstancias no me preguntaste mi nombre. Me llamo
    Vanina y mi niña Graciana ¿el tuyo?
-      Pedro Luis, es un gusto Vanina.
-       
Empezaba a soltar el embrague para que la camioneta avanzara… y  sintió en la sien izquierda el frío del cañón de un revolver que le apuntaba. Giró la cabeza… y mientras la luz de una poderosa linterna lo cegaba, logró distinguir el rostro del comisario y del mecánico… quienes abrigados con ponchos y chullos muy sonrientes lo miraban.


MAURICIO ROZAS VALZ



2 comentarios:

  1. Llega a faltar el aire, como las novelas de Kafka o " Sonata Kreutzer" de Tolstoi... muy bueno, además de aterradoramente plausible.
    Gustavo Rozas Valz

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