Antes de tocar el tema de
esta peculiar característica, en su acepción común de virtud y frecuentemente
tomada como un valor incuestionable e imprescindible para ser digno de aprecio,
es conveniente dejar el claro que, el viejo recurso de recurrir a Wikipedia o
al diccionario de la RAE y otras páginas, no viene al caso, ya que tampoco esas
fuentes son los oráculos ni en este modesto análisis pretendo cuestionar ningún
significado literal.
Dicho esto, y entendiendo
que la humildad es la antítesis de la soberbia y la condición ‘sine qua non’
para ser admirable, adorable, entrañable, respetable, amable, imitable, besable,
abrazable, apachurrable o simplemente querible y todos los ‘ables’ positivos
que puedan existir. Es decir, siendo la humildad la máxima virtud que puede
poseer cualquier común mortal, pregúntome preocupado y triste… ¿poseeré dicha
virtud? De no ser así, ¿llegaré a poseerla algún día para al fin ser admirable,
adorable, entrañable, respetable, amable, imitable, besable, abrazable,
apachurrable y querible? Muy probablemente no.
Contrario a lo que
normalmente se suele creer, percibo, en quienes se consideran humildes y están
muy seguros de estar en posesión de dicha virtud, la soberbia más exultante y
vanidosa que pueda haber. Y es que, al ser supuestamente la madre de todas las
virtudes, el simple hecho de creer poseerla solo evidencia un grado espantoso
de arrogancia, cuánto o más desagradable y grotesca que la mayor manifestación de
soberbia que hayamos podido ver y percibir. Y es que, aquellas personas que
están muy seguras de ser muy humildes, no se dan cuenta, en su limitada
percepción de la realidad, que en el solo hecho de decir ‘yo soy humilde’
subyace una soberbia sin límites, pues se están atribuyendo a sí mismas lo que ellas
consideran ‘la madre de todas las virtudes’… y por ende… YA NO ESTÁN SIENDO
HUMILDES PUES.
¿Tan difícil es percatarse
de esto? Es más, los que somos conscientes de que no somos humildes, tenemos al
menos mayores posibilidades de llegar a serlo en algún momento crucial de
nuestras vidas. Y lo más interesante es que, de suceder tal cosa, no nos
daremos cuenta nunca, porque si nos damos cuenta es porque nunca se dio tal
cosa.
Así como es justo en el
momento en que creemos haber olvidado a alguien o a algo, que se confirma
precisamente que no fue así, pues sucede lo mismo con la humildad. Curiosa
virtud esta, el momento preciso en que al fin creemos haberla alcanzado… es
justamente el momento en que se confirma que la hemos perdido para siempre.
MAURICIO ROZAS VALZ
el momento preciso en que al fin creemos haberla alcanzado… es justamente el momento en que se confirma que la hemos perdido para siempre.
ResponderEliminarComo todo en esta vida mi querido Mauri.
Así es, hermano. Como todo en la vida.
ResponderEliminarLeyéndote, con gusto. Abrazo compañero :)
ResponderEliminarMuchas gracias, compañera.
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