Lima, 7 de abril de 2005
Hola mi amor:
Para cuando leas esta carta
estaré a miles de kilómetros de ti. No digo esto pensando que mi alejamiento te
provocará algún dolor ni te hará recapacitar; solo aprovecho la ventaja de la
distancia para imaginar que mientras lees esta carta tomas el teléfono llorando
(pero de furia, no de tristeza, tú no sabes lo que es eso). Sé que eso no
sucederá, pero al menos estando en el avión me quedará el consuelo de la duda.
Imaginaré arbitrariamente que me llamaste desesperada para insultarme, que no
reíste ni enseñaste mi carta a tus amigas burlándote para luego botarla; total,
de todas maneras ya no podrán mirarme con sorna cuando camino por la calle;
creo que eso es un alivio.
Pero bueno, vayamos al tema
de fondo: quería decirte que en los cinco largos años que te acompañé de la
mano conocí muy de cerca el infierno. La realidad superó a la ficción y empecé
a creer en el demonio, ya que dormía a mi lado y tenía forma de mujer (como lo
explicó aquel cura del colegio al cual
no le creía, pero vaya que tenía razón).
Nunca podré olvidar las infinitas veces que me serviste la cena
fría y con un gesto de desprecio, las otras cientos de veces que estuve muy
enfermo y te burlaste de mis dolencias llevándome a la cama el café frío y sin
endulzar. “Si quieres nomás”, fue la frase que acuñaste cuando de atenderme
se trataba. Aún me pregunto: ¿qué me pasó? ¿Por qué cuando era al revés yo te
atendía con tanto cuidado y cariño? No lo sé… nunca lo podré entender.
Al comienzo, cuando recién
empezaron tus maltratos, pensé que se trataba de una venganza, de un simple
desquite por aquellos meses en que me conociste y tenía otra novia. Yo nunca
quise lastimarte, además, eso duró solo pocos meses y finalmente fuiste tú
quien me buscó y se metió y saliste con tu gusto.
¿Qué explicación me podrías
dar sobre las razones de tus
interminables rechazos aquellas noches en que te quise para mí? Aún tengo en mi
mente grabada tu expresión de asco secándote mis besos de la mejilla con el
antebrazo; las otras cientos de veces que disfrutabas dándome la contra en
cualquier tema polémico con los amigos comunes; el placer que encontrabas
desmintiéndome en público; tu sonrisa de oreja a oreja al ver mi expresión de
desagrado al ver en la mesa los platillos que odiaba y que adrede enviabas a
preparar con la señora que nos atendía; el gusto perverso que le encontrabas en
estar de acuerdo siempre con mis falsos amigos (con los que siempre supiste que
eran mis no tan secretos detractores). Quizás y hasta con alguno de ellos me
engañaste (o con más de uno), más por el placer de humillarme que por lo que te
pudieran gustar, no tengo la prueba pero podría asegurarlo. Pero bueno, ya
tampoco importa.
Resalta también en mi mente
el rostro fiero de tu puta madre, sí, de esa vieja maldita, de la mismísima puta que te parió. Debí
deducirlo, nada bueno podría salir de ese monstruo. Me vi reflejado en el rostro
de tu padre, aquel pobre hombre que era lo único valioso de toda tu apestosa familia.
Me vi retratado en su rostro y hace dos semanas decidí huir de ti, sí, huir
despavorido. A tu pobre padre le faltaron cojones para dejarlas; sí, dejarlas:
a ti, a tu madre y tus dos reputas hermanas. Pobre hombre, lo compadezco y le agradezco
por ayudarme con su desgracia a ver el espantoso futuro que me esperaba a tu
lado.
También tengo presente la
interminable cantidad de camisas que me quemaste con la plancha y adrede; a
pesar de pedirte que no lo hicieras y te dije que le pagaría a una muchacha
para que lo hiciera; pues tú te ofrecías para consumar tu maldad. No llego a
entender nada, ni qué sería ‘eso’ que nunca pudiste perdonarme y hacía que me
odiases tanto, ni mucho menos llego a entender por qué yo lo permitía.
Me voy también sin entender
por qué me llamabas llorando para manipularme, suplicarme y hacerme regresar
todas las veces que intenté dejarte. No entiendo nada ni lo entenderé.
Pero se acabó pues, esta vez
sí. Sé que si sabes dónde me encuentro me buscarás porque extrañarás a quién
hacer lo que más te gusta, es decir: hacerle la vida imposible a quien esté a
tu lado. Pero no todo es malo, hay algo que te agradeceré hasta el final de mis
días, debes de adivinarlo ¿no? Sí, justamente eso que estás pensando, el no
haber querido darme un hijo; las probabilidades de que saliera un monstruo como
su madre o sus tías o su abuela maternas, eran altísimas, y además me hubiera
amarrado al infierno (es decir, a ti) hasta el final de mis días. Muchas
gracias por eso.
Para cuando leas esto serán
aproximadamente las nueve de la noche. Yo ya estaré descansando en mi nueva
cama, en mi nuevo hogar, en mi nueva ciudad. Botarás la carta (lo sé, si casi te estoy viendo), pero llegará
el fin de semana, el domingo, irán pasando los días y me extrañarás; no tendrás
a quien joder. Pero jódete, idiotas como yo no abundan, dudo que alguien quiera
quedarse contigo. De tan malvada te has puesto muy fea, estás toda
desmondongada, fofa y vieja… y además la boca te apesta a desagüe por tu
halitosis. Pero por si acaso acepta este
humilde consejo: si por ahí apareciera un nuevo pretendiente incauto y ciego,
nunca… lee bien… ‘nunca’ le presentes a la puta de tu madre ni a tus
repugnantes hermanas porque huirá despavorido.
Ah… hay algo más, no he
pagado la hipoteca de la casa hace ocho meses y la cobranza ya debe de haber
pasado a legal. Prepárate para las cartas notariales, las demandas judiciales y
tu inminente lanzamiento porque sé positivamente que no conseguirás el dinero
necesario… y ni tu pobre padre ni la puta de tu madre ni las reputas de tus
hermanas están en condición de ayudarte. En verdad eso sí me da mucha pena,
pero no por el hecho de que te lancen, sino porque no podré ver tu expresión de
angustia y desesperación al verte con tus trastos en medio de la calle. Me
hubiese encantado ver eso.
Eso es todo mi amor, espero
que la próxima vez que te vea estés dentro de un cajón de caoba y con algodones
en la boca y la nariz. Me las ingeniaré para abrir el cajón y escupirte.
Te voy a extrañar, besos
Tu ex
p.d. Jódete.
MAURICIO ROZAS VALZ
que fuerte
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