Se
acercaban las fiestas de fin de año, y Pedro y Luciana se preparaban para pasar
su tercera navidad juntos. A diferencia de las dos anteriores, ésta era
particularmente difícil. No había sido un buen año para ellos como pareja.
Meses
atrás, él la había sorprendido contestando el celular a escondidas y en
actitudes extrañas. La duda había quedado sembrada en él, a pesar de los repetidos
esfuerzos de Luciana para que le creyera que todo estaba bien, Pedro no quedó
conforme con las nerviosas y suplicantes explicaciones de Luciana. Entonces
decidió indagar e investigar con todos los recursos posibles.
Contactó
por internet con un hacker
profesional para poder tener acceso al correo de Luciana y, como era de
esperarse… descubrió algunas cosas que hubiese preferido no saber nunca. Eran
mensajes amorosos de un tal Facundo que, a juzgar por su espantosa ortografía y
su redacción lamentable, parecían haber sido escritos por: o bien por un peón
pampeano o por un cantante de bailantas y cumbias villeras. De lo que no le
quedaban dudas era que el tal Facundo era argentino y de que estaba enamorado
de Luciana. Extrañamente, no encontró una sola respuesta de ella, todos eran
mensajes de Facundo.
Al
principio, es decir, apenas descubrió todo eso, su reacción fue encarar
inmediatamente a Luciana y romper la relación. Luego se calmó y se fue a un
café a pensar con tranquilidad cómo enfrentar tan delicada -y triste-
situación para él. Trataba de pensar cómo sería su vida en adelante sin
ella, se imaginaba haciendo maletas y yéndose a vivir a un departamento
totalmente solo. Todo eso lo asustaba mucho. La sola idea de empezar una nueva
vida sin Luciana lo intimidaba. Entonces, decidió darle el beneficio de la duda
y escucharla antes de tomar una decisión irreversible. El buen Pedro había
caído en la muy común trampa del autoengaño y necesitaba inconscientemente
escuchar algo que no le doliese tanto. Necesitaba escuchar una mentira creíble,
algo que le calmara el intenso dolor que en ese momento sentía. Fue entonces
que, sin pensarlo más, tomó rumbo a su casa para hablar con Luciana.
Entró
violentamente a la casa. Luciana se encontraba en ese momento en el comedor
tecleando su portátil y Pedro se quedó observándola con la mirada perdida y los
labios resecos. Luciana lo miró sorprendida, y al ver la expresión desencajada
de Pedro le preguntó:
-
¿Te sucede algo mi amor? ¿Estás bien? Traes una carita...
-
¿Qué significa esto?
-
¿A qué te refieres?
-
A esto, ¡no te hagas la cojuda! ¡Perra!
-
¿Qué tienes mi amor? ¿Qué te pasa?
-
¡Qué mierda significa todo esto! (Le tiró los correos
impresos en la mesa)
-
Ah…
-
Luciana
tomó los papeles y los empezó a leer comiéndose la uña del dedo medio derecho y
temblando con ambas manos. Luego le retrucó:
-
¿Cómo conseguiste todo esto? ¿Cómo te atreves a entrar
en mi correo?
-
No me vengas ahora con eso. El asunto es que los
conseguí y punto. ¡No me vengas con pendejadas! ¡Perra de mierda!
-
Ella
comenzó a reír nerviosamente y le dijo que podía explicarle todo. Y es más, que
él tendría luego que pedirle disculpas por haberla insultado injustamente y se
avergonzaría por haber osado hackear su correo sin preguntarle antes a ella
cuál era la verdad. Le contó que el tal Facundo era un tipo al que ella ni
siquiera conocía personalmente y que la había abordado por el facebook y que
ella tenía la mala costumbre de aceptar siempre a todos los que la invitaban a
formar parte de su lista de amigos. Que únicamente habían chateado en algunas
oportunidades y que se hicieron amigos porque aquel argentinito era muy
gracioso y la hacia reír mucho, y que eso había sido todo lo que sucedió.
Pedro
empezó a sentir un suave alivio que poco a poco le calmó el temblor que sufría
en todo el cuerpo. Poco a poco sentía que por los pies le subía una sensación
de paz que calmaba todo el desasosiego que hasta hacía sólo minutos antes
experimentaba dolorosamente. Observaba las paredes de su casa y el rostro de
Luciana con detenimiento, y le aliviaba mucho el pensar que ya no tendría que
salir de allí y que su vida ya no cambiaría tan traumáticamente. Entonces la abrazó
y ella comenzó a llorar y le pidió que por favor le creyera y que le perdonara,
pero que ella no había hecho en realidad nada, que todo había sido puro
entusiasmo del tal Facundo y que ella nunca le había respondido, y que su error
fue no pedirle que no le escribiera más. Le dijo que eso había sido todo y le
prometió que inmediatamente le pediría que no la molestara más y borraría todos
sus correos y que lo bloquearía. Pedro inicialmente le creyó, pero siempre le
quedaría la duda.
Ese
año el 24de diciembre cayó sábado y
Luciana quiso sorprenderlo disfrazándose se Mamá Noela. Llegó a casa con el
típico abrigo rojo con bordes blancos, gorro y minifalda del mismo color y con
una bolsa grande de regalos. Serían aproximadamente las doce del mediodía, y en
el condominio en que vivían, una cuadrilla de albañiles se encontraba
descargando toneladas de asfalto de varios volquetes muy grandes. Luciana comenzó a silbar desde el
parqueo para que Pedro la viese por la ventana. No se percató del aviso que
advertía del peligro de pasar por la parte trasera de los volquetes y tratando
de hacer equilibrio con sus tacos, resbaló y cayó en una zanja profunda. Pedro
observaba todo eso callado. Ella intentaba pararse, pero al parecer se había
roto el tobillo y pedía auxilio a gritos para que no descargasen todo el
volquete de asfalto sobre ella. Había mucha maquinaria funcionando y nadie
lograba escucharle. En vano hacía señas suplicantes a Pedro, levantando las
manos para que hiciera algo para ayudarle. Él observaba todo ese cuadro con los
brazos cruzados desde su ventana. Miraba indiferente y con una sonrisa perversa
cómo toneladas de asfalto iban enterrando a Luciana, mientras ella gritaba
desesperadamente pidiendo auxilio. La maquinaria hacía demasiado ruido, además
los albañiles tenían puestas las orejeras y no podían escucharla. Mientras el
asfalto le iba llegando al cuello y el pánico se apoderaba de ella, miraba con
expresión de horror el gesto complacido de Pedro, hasta que, finalmente, el
asfalto terminó sepultando su mano derecha que no había parado de moverse hasta
ser completamente sepultada.
MAURICIO
ROZAS VALZ