Fue
el primogénito de una numerosa familia que migró desde el altiplano para
establecerse en la ciudad de Arequipa. Su familia fue una de las cientos y
miles de familias que tuvieron que huir del flagelo del terrorismo a mediados
de la década de los ochenta. Su nombre completo era Mario Maquera Bastidas,
pero sus compañeros de clase y amigos del barrio lo llamaron siempre ‘Marimba’.
Marimba
terminó sus estudios escolares en un colegio estatal sin mayores contratiempos,
incluso con calificaciones superiores al promedio. Pero dados los escasos recursos
de sus padres le fue negada la posibilidad de seguir una carrera universitaria,
y tuvo además que cumplir con el servicio militar obligatorio en la Marina de
Guerra del Perú, que entonces tenía vigencia. Fue en esta dura etapa que el
buen Marimba encontraría lo más parecido que puede haber a una vocación. Fue un
eficiente soldado; incluso combatió durante regular tiempo en algunas zonas de
emergencia, entonces tomadas por el narcotráfico y el terrorismo, y en
relativamente poco tiempo se ganó la confianza de la oficialidad y obtuvo
algunos ascensos.
Estando
por terminar su servicio militar, sus jefes inmediatos le ofrecieron ciertas
facilidades para que pudiera ingresar a la escuela técnica de La Marina. Sus
padres hicieron algunos esfuerzos adicionales y finalmente se concretó su tan ansiado sueño de ser cadete de la
escuela técnica de la Marina de Guerra del Perú.
Pasaron
los años de escuela, y finalmente Marimba egresó con honores y empezó su
auspiciosa carrera como suboficial en la Marina de Guerra del Perú. Durante los
primeros años de su carrera recorrió casi todo el país y fue destacado incluso
en misiones secretas de inteligencia y contra inteligencia durante los años mas
convulsionados de la guerra subversiva. Luego de algunos años, y siempre por el
servicio, fue enviado junto con otros compañeros del arma a recorrer los
diferentes mares del mundo. Jamás Marimba imaginó, ni en sus más febriles
sueños, que surcaría los siete mares y conocería los lugares más hermosos que
existen sobre la faz de la tierra. Mucho menos imaginó, cuando llegó a las
costas de Europa, que podría besar y tener sexo con las mujeres más altas,
rubias y hermosas que jamás sus ojos vieron personalmente. Un mundo nuevo y
lleno de emociones se abría al fin para el buen Marimba que tantas privaciones
y angustias sufriera cuando niño y adolescente.
Luego
de aquel largo y maravilloso viaje, Marimba regresó reconfortado a su rutina
militar de viajes por el interior del país, campamentos, armas, municiones,
misiones armadas y etcétera. De pronto fue informado que sería destacado a la
costa norte del país, más precisamente a Talara. Como buen militar que era no
hizo ningún gesto de agrado ni desagrado, se cuadró ante su superior y se fue
raudo a preparar sus valijas para emprender su viaje.
Partió
hacia su nueva ciudad un día domingo por la tarde, en una de esas tristes
tardes de domingo arequipeño en las que el brillo del sol se va atenuando hasta
desaparecer tras los grises cerros que contrastan con el azul intenso del cielo
del ocaso… y sólo se oye el ruido lejano de las bocinas de algunos buses en las
vacías calles y la pena por el fin de fiesta lo ocupa todo. Sus padres fueron a
despedirlo al parque del que recogerían a todos los soldados que partirían en
diferentes misiones por el norte del país. Marimba vestía su impecable uniforme
caqui con sus botas bien lustradas y su liviana valija. Como buen militar que
era, Marimba disimuló toda pena para no entristecer más a su madre, que lloraba
desconsoladamente ante lo que ella presentía que sería sólo el comienzo de un
interminable periplo que nunca terminaría, y que sabía en el fondo que en
adelante su hijo sería para siempre una esporádica visita. Y besos van, abrazos
vienen, llantos van, adioses vienen… Marimba partió hacia su nuevo destino en
el preciso momento en que el sol se terminó de ocultar.
Llegó
al fin Marimba a su nuevo destino. Un oficial de mayor rango lo recibió y le
mostro el pequeño dormitorio dentro de la base que sería su hogar en adelante.
Llego muy exhausto. Pidió permiso al oficial y se fue a descansar para estar
fresco al día siguiente en que oficialmente empezaría una nueva etapa en su
vida.
A la
mañana siguiente, Marimba se levantó en el horario acostumbrado, se puso en
formación y se reportó al alférez que sería en adelante su nuevo jefe. El
alférez lo recibió entusiastamente, era un tipo alegre y le informó que en
adelante sería su asistente y hombre de confianza en la división logística de
la base. Le presentó a sus nuevos compañeros y compañeras de trabajo, tanto en
los almacenes de alimentos, la cocina y los depósitos de uniformes y demás
enseres. A Marimba no le disgustó para nada su nuevo trabajo, estaba ya cansado
de misiones peligrosas y sangrientas y la sola idea de volver a vivir esa
pesadilla lo aterrorizaba. Muy aparte de la pena que lo embargaba por haber
tenido que alejarse de su familia… en realidad estaba contento. El clima de
trabajo era tranquilo y sobre todo le entusiasmaba el tener por primera vez compañeras
de trabajo.
Fue
en su segundo día de trabajo que le presentaron a Rosario, una joven suboficial
recién egresada que trabajaba como despachadora en el almacén de uniformes. El amor
fue a primera vista y en sólo una semana empezarían un largo y tórrido romance
que cambiaría para siempre el rumbo de la vida de Marimba. Rosario era la
típica muchacha provinciana: ingenua, hacendosa, muy disciplinada y correcta.
No medía más de metro cincuenta ni pesaba más de cuarenta kilos; tenía voz muy
aguda y la sonrisa a flor de boca.
Todo
esto enamoró perdidamente a Marimba, y estando por cumplir los dos años de
novios (el mismo tiempo que trabajaba en aquella base) informaron a Marimba que
sería destacado al sur, más exactamente a la ciudad de Tacna. Esto preocupó
mucho a Marimba, y la sola posibilidad de perder a Rosario lo apenaba mucho.
Luego de pensarlo por varias noches, una noche de domingo estando por terminar
su día de franco y regresando a la base le pidió matrimonio a Rosario, quien
aceptó inmediatamente y dando un salto abrazó a Marimba estampándole un beso en
la boca. Ambos estaban felices. Acordaron que el mismo lunes informarían a sus
jefes de su decisión y harían lo imposible por persuadir a sus superiores para
que ambos sean destacados al mismo lugar.
Luego
de algunas gestiones, les informaron que su solicitud sería aceptada siempre y
cuando estén legalmente casados antes que desde Lima llegaran formalmente las
órdenes de los cambios. Entonces, sin perder más tiempo Marimba y Rosario se
casaron en una semana en una ceremonia muy sencilla y sólo con dos colegas de
arma como testigos por lado en un pequeño municipio de un distrito muy humilde.
Sus cuatro colegas se vistieron de gala e hicieron su clásico cruce de espadas,
y luego de algunos champanes y una fuente de ceviche en un restaurant cercano
concluyó la celebración y estaban formalmente casados. El lunes siguiente
llevaron su certificado a sus superiores y empezaron a alistar su largo viaje
al otro extremo del país. En efecto, a los tres días llegó la orden de cambio
para los dos, y luego de una divertida y concurrida fiesta de despedida que les
ofrecieron sus colegas… tomaron el bus que los llevaría en dos días a su nueva
sede de labores.
Luego
de un largo y pesado viaje llegaron a la ciudad de Tacna, se reportaron en su
base y tomaron una habitación en un hotel barato en tanto buscaban un lugar
donde vivir. Al día siguiente les informaron de sus nuevas labores y les
presentaron a sus nuevos compañeros de trabajo. A Marimba le dieron un puesto burocrático
en el área de inscripción de voluntarios y Rosario fue designada como parte de
la seguridad personal del prefecto de la ciudad. A la semana tomaron en
alquiler un pequeño departamento y en un mes ya estaban habituados a la nueva
ciudad, a sus nuevos puestos y su matrimonio pasaba por su etapa más
emocionante y feliz.
Pasaron
cinco meses, y un viernes Rosario citó a Marimba en una pollería para cenar y le dio la buena noticia que tenía siete
semanas de embarazo. Esta noticia puso muy contento a Marimba e inmediatamente
llamó por teléfono a sus padres en Arequipa para darles la buena nueva. Pasaron
los nueves meses sin mayores contratiempos, y una madrugada de un domingo de
abril nació el primogénito de la pareja a quien llamaron Romualdo, quien fue
bienvenido con todos los beneficios de ser el primer hijo y el primer nieto de
una joven familia. Rosario tuvo el respectivo pre y postnatal de ley y estuvo
en casa criando a su niño personalmente por cinco meses. Luego de esto
contrataron a una muchacha que llegó desde su pueblo para ayudarlos a cuidar a
Romualdo en horas de trabajo.
La
llegada de Romualdo cambió drásticamente la vida de la joven pareja. Rosario
volcó totalmente su atención y cariño físico en Romualdo y empezó a sentir
cierto rechazo por Marimba, quien no reclamó nada los primeros cinco meses
pensando que sería algo pasajero por la llegada de su hijo… pero la cosa empezó
a prolongarse más de la cuenta llegando casi al año. A Marimba le ofendía y
hería en su amor propio el rechazo total de Rosario a tener sexo con él. Cada
que él intentaba acercarse a besarla, ella le volteaba la cara. Incluso, de
madrugada, cuando él la acariciaba para excitarla, ella al principio
correspondía y seguía todo el juego erótico hasta que Marimba subía sobre ella y
la miraba a la cara; en ese preciso momento ella lo empujaba y pataleaba hasta
hacerlo bajar y se volteaba para dormir jalando el cubrecama y envolviéndose
con él.
Así
fueron pasando semanas y meses llegando a cumplirse año y medio (fecha límite
que se puso a sí mismo Marimba para tomar una decisión). Justo al día siguiente
en que se cumpliera un año, Marimba citó a Rosario en la misma pollería en que
ella le diera la noticia de su embarazo, y le hizo saber de su decisión de poner
solución definitiva a sus problemas de pareja. Le dijo que deberían de intentar
hacer algo para salvar su matrimonio por el bien de su hijo, y le informó que
no estaba dispuesto a permitir que las cosas siguieran como están… y que si por
A o B no funcionaba lo que decidan, debían divorciarse. Rosario escuchó callada
asintiendo con gestos y moviendo la cabeza. Luego le dijo que aceptaba lo que
fuera, que la perdonara pero no era nada contra él, sino que desde que nació
Romualdo se le había ido la libido totalmente, y que es más, las veces que él
la penetraba le causaba dolor y posteriores nauseas. Él le dijo que había
comentado el asunto con un amigo del arma, y que este le había hablado muy bien
del sacerdote de su parroquia llamado Efraín. El padre Efraín era un señor español de setenta y dos años que
trabajaba entregadamente en ese distrito desde hacía más de treinta años y que
era conocido por haber reconciliado a muchísimas parejas en problemas. Ella le
dijo que también quería que todo fuera como antes, pero que hubiese preferido
acudir a una psicóloga o en todo caso a una monja, que hubiera preferido que
sea una mujer y que se hubiera sentido más cómoda y comprendida. Marimba le
dijo que no tenía opción, y que nadie podía saber más que ese cura que tenía
setenta y dos años y larga experiencia en el tema y que eso ya estaba decidido
por él, y le pidió que por favor no complique más las cosas y vaya a la
parroquia donde vivía el cura a partir del domingo siguiente tres veces por
semana. Ella aceptó moviendo la cabeza y siguió callada hasta que salieron de
allí.
Rosario,
muy obedientemente y con la mejor de las disposiciones, empezó a visitar al
padre Efraín en su parroquia tres veces por semana, y en efecto, al cabo de sólo
dos meses las cosas empezaron a mejorar con Marimba. Llegaba casi siempre
contenta a casa y poco a poco la intimidad con su marido retomó su antiguo
ritmo, llegando en un tiempo incluso a ser más frecuente e intenso que antes.
Marimba estaba muy contento, nuevamente la vida le sonreía y estaba feliz con
su esposa, su hijo y su trabajo. A sólo seis meses de retomar con nuevos bríos
su vida sexual, Rosario le informó que estaba nuevamente embarazada y esto
nuevamente puso muy contento a Marimba, quien además estaba muy contento porque
era otro varoncito. Estaba tan contento, que decidió ofrecer un gran almuerzo
en su casa el día domingo para agradecer al padre Efraín.
El
almuerzo fue programado para el domingo siguiente. Ambos invitaron a unas
cuantas parejas amigas y Marimba mandó a preparar un bufet de comida arequipeña
para agasajar a sus invitados y en especial al padre Efraín. Llegó la hora del
almuerzo, fueron pasando los minutos y el padre nunca llegó. Los demás
invitados habían llegado puntualmente, y siendo ya las tres de la tarde
decidieron almorzar sin el padre. Marimba había bebido unas cervezas con sus
amigos, mientras las esposas murmuraban y reían en la cocina tratando de
alegrar a Rosario que estaba muy triste por el plantón del padre Efraín.
Terminaron el almuerzo, y la expresión triste y desanimada de Rosario incomodó
a sus invitados, quienes decidieron irse en de un solo tirón usando el pretexto
de aprovechar la camioneta de uno de ellos.
Rosario
y Marimba se quedaron solos. Marimba no entendía por qué tanta tristeza de su
esposa. Le pareció normal que se molestara por el plantón, pero finalmente
ellos estaban contentos y eso era lo que importaba, y en medio de su leve
borrachera le pareció buena idea hacer un comentario gracioso -según él-
a su amada esposa para arrancarle una sonrisa. Entonces le dijo:
- ¿Qué pasa
Charito, qué tanta pena por el cura? Más parece que te estuviera tirando… ja ja
ja ja.
- Charito, mi
amor, ¿qué pasa? Perdóname, fue una broma tonta.
- ¿Charitooo? No
pues mi amor, no te vas a poner a llorar ahora.
Y
Rosario empezó a llorar a lágrima viva y se lanzó a los brazos de Marimba
abrazándolo tan fuerte que él no podía sacarla para verle la cara. Y otra vez
le preguntó.
- ¿Qué pasa mi
amor? No entiendo nada. Estamos tan bien. La comida estuvo muy buena, nuestros
invitados te trajeron muchos regalos para nuestro hijo. ¡Qué te pasa! ¡Por
Dios!
- Perdóname
Marimbita por favor. Perdóname
- ¿Que te perdone
qué? No entiendo nada.
- Perdóname
amorcito por favor, por lo que más quieras, te juro que no volverá a pasar.
Marimbita, por favor.
- ¿Que no volverá
a pasar qué? ¡Carajo! Me estás asustando. O… es que el cura y tú…
- Síiiiiiiiiii mi
amor síiiiiiii… te lo tenía que contar, ya no podía más con esto. Lo amoooooo…
no sé que me ha pasado… de pronto empecé a sentir que lo extrañaba y a pensar
en él todo el día. Todo fue tan rápido, tan sin darnos cuenta…
Entonces
Marimba se la sacó del cuello y de un empujón la lanzó sobre el sofá, se
agachó, la tomó con fuerza por los hombros de su blusa acercando su cara a la
de ella y le dijo:
- No me hagas esas
bromas Rosario… ¡Por Favor! No juegues con esas cosas que son sagradas… si no
te conociera de bromista te hubiera golpeado.
- Pégameeeee… por
favor, pégameee… me sentiría mejor, es lo que merezco, no es broma Marimbita,
mi amorcito, te he fallado. Y lo peor es que lo amo. No sé qué hacer. Ayúdame
mi vida. Tú eres bueno.
Marimba
se sentó en el sillón que estaba frente al sofá tomándose la cabeza con las
manos y mirando al piso. No podía creer lo que sus oídos acababan de oír. Le
parecía que todo eso era una pesadilla de la que no tardaría en despertar. Se
pellizcaba los brazos y se golpeaba la cara con las manos hasta que suenen como
bofetadas y se quedó durante varios minutos mirando al piso sin saber qué
hacer, mientras ella lloraba desconsoladamente arrodillada en la alfombra
tomando a Marimba por las canillas.
Pasaron
unos minutos y de pronto Marimba reaccionó y se incorporó. Tomó a Rosario del
brazo con fuerza y le dijo que en ese preciso momento tomarían un taxi e irían
a la parroquia para encarar a ese mal sacerdote. Ella le imploró que se calmara
y le pidió que no haga ninguna locura. Y antes de salir él le preguntó:
- ¿Y el bebé, de
quién es?
- No lo sé mi
amor, no lo sééé…
Nuevamente
tomó a Rosario del brazo y la llevó a empellones hasta la calle. Tomó un taxi y
partieron rumbo a la parroquia. Llegaron y Marimba llevó a jalones a Rosario
hasta el interior de la iglesia y entró a la sacristía pateando la puerta. Ahí
se encontraba el padre Efraín. Era primera vez que Marimba lo veía en persona.
Era un hombre de metro setenta de estatura, cabellera totalmente blanca, de
piel rosada muy arrugada y ojos azules. Representaba bien sus setenta y dos
años. Marimba lo tomó de la sotana y le increpó lo que había hecho provocándole
un ataque de tos al apretar con fuerza la parte del cuello. El padre, mirando
con gesto de reprobación a Rosario le dijo:
- Hijo mío,
perdóname. Dios lo ha querido así. Sólo somos esclavos de su voluntad. Dios es
quien decide todo, y si Dios perdona… quienes somos nosotros para juzgar… hijo
mío, entiéndelo, Dios sabe por qué hace las cosas. Tranquilízate. Dios te puede
castigar por el pecado capital de la Ira. No te expongas a su furia. Recuerda
que estás en la casa del señor.
- ¡Qué Dios ni qué
mierda! ¡Cura pendejo! Yo le envío a mi mujer para que nos ayude a salvar
nuestro matrimonio y usted se la termina
culeando… ¡hijoputa!
- Cuidado hijo mío
con lo que dices. Más respeto por la casa de Dios. Tú confía en él. El señor
nos ayudará a solucionar esta complicada situación. No olvides que también soy
un ser humano, un hombre, un pecador… yo sé que Dios me sabrá perdonar, como
perdonará a tu esposa por adúltera y a ti por violento… ten fe. Tú refúgiate en
Dios que él cuidará de ti.
- ¿Me cree huevón?
¡Cura de Mierda, Hijoputa! Si no fuera sacerdote y no estuviera en la casa de
Dios lo mataba.
- Tranquilízate
hijo mío… que Dios te perdone por faltar el respeto a su casa.
- Bueno señor…
está bien. Quien tiene que dar gracias a Dios por seguir con vida es usted,
Dios me puede castigar por gritar improperios en su casa y por agredir a uno de
sus emisarios y hombres de confianza… pero dígame: ¿Por qué me hizo eso? ¿Por
qué no tuvo piedad de mí? ¿Qué hará Dios con usted?
- Ya le dije hijo
mío, también soy hombre y el demonio tomó el hermoso, firme y suave cuerpo de
su esposa para hacerme caer en tentación… y fui débil hijo mío… fui muy débil.
- Bueno cura
hijoputa, espero sepa guardar la discreción del caso, si esto trasciende será
mi ruina.
- Pierda cuidado,
señor… Dios me lo bendiga. Vaya tranquilo ¿No quiere que lo confiese para que
se vaya en gracia de Dios?
- ¡Métase su
confesión al culo! ¡Ya, vámonos Rosario!
Entonces
Marimba tomó del brazo a Rosario, y advirtió al padre Efraín que no vuelva a
acercarse a su esposa, y que si se enteraba que volvían a verse se olvidaría de
que era cura y lo mandaría a fondear con sus colegas de inteligencia.
El
matrimonio de Marimba y Rosario nunca más volvió a ser el mismo, se convirtió
en adelante en una relación fría y distante. Pese a ello y porque a ninguno de
los dos les convenía un divorcio para sus respectivas fojas de ascensos, decidieron
mantener las apariencias. Se les veía siempre juntos en eventos sociales y
posando para las fotos con sus dos amados hijos: Romualdo, de grandes ojos
marrones, piel canela y cabello lacio y castaño; y Grimaldito, de grandes ojos
azules, piel rosada y abundantes rizos rubios.
MAURICIO
ROZAS VALZ