Mi amiga
Esther era una mujer madura y muy poco atractiva. Tenía ya más de cuarenta, y
nunca en su vida -por propia
confesión- había visto un pene y tal
cosa tampoco parecía importarle mucho. Las malas lenguas especulaban y
aseguraban que era lesbiana… pero eso no era cierto, tampoco era que las
mujeres despertasen su deseo. Nunca le interesó el sexo y punto. Lo que más se
aproximaba a su orientación se conoce como: ‘asexual’ pero esa etiqueta a ella le
fastidiaba mucho, porque decía: a quién
carajos le importa… -y con justa
razón- y en verdad se notaba que era una
mujer conforme y feliz con lo que le había tocado por suerte.
No sé
con precisión cuál será el motivo por el que siempre -o casi siempre- suele
asociarse el descontento, la disconformidad y la frustración con las formas de
los genitales masculinos, pero esto fue lo que le sucedió a mi simpática amiga
Esther hace más de diez años: corría el año 2000 y los peruanos nos
preparábamos para una segunda vuelta electoral
-fraudulenta a todas luces- entre
Alberto Fujimori y Alejandro Toledo, y a mi amiga Esther le tocó aquella vez
ser miembro de mesa por primera vez en su vida.
Muy
obediente y cumplidora del deber como siempre lo fue, estuvo desde muy temprano
en su local de votación donde le tocó ser presidente de mesa. Luego de un arduo
día de trabajo, siendo casi las diez de la noche, me llamó para contarme su
experiencia antropológica, y esto fue lo que me contó: … no sabes qué horrible experiencia, como si no fuese suficiente con
soportar los olores de toda la gente que me tocó atender… cuando cerramos la
mesa y empezamos el escrutinio vino lo peor: el cholo obtuvo cincuenta y seis
votos, el chino cuarenta y uno… y como si todos se hubiesen puesto de acuerdo,
hubieron varios dibujos de penes con sus respectivos huevos que sumaron sesenta
votos, y finalmente veintitrés votos en blanco. Salvo en las enciclopedias
escolares, nunca en mi vida había visto tanto pene junto, y de todos los
grosores y tamaños. En mi mesa ganó el pene. Si se presentaba para Presidente, ganaba el pene.
Mauricio Rozas Valz