Atilio era un arquitecto
exitoso. Estudió su carrera en España y tuvo muchos postgrados y maestrías en
diferentes países. Era bien parecido y carismático, y además ganaba mucho
dinero. A todos los que lo conocían les intrigaba el hecho que nunca
ninguna pareja le durase mucho tiempo.
Era claro que homosexual no era. Era muy enamorador y le brillaban los
ojos cuando le presentaban a una mujer que le gustase. Tenía mucha facilidad de
palabra y dominaba muy bien todo el complejo arte del cortejo.
Los amigos tampoco le
duraban mucho. Siempre andaba solo. Nadie se explicaba qué lo unía con ese ser
tan extraño que siempre se sentaba en el lado izquierdo del asiento trasero de
su automóvil. Todas sus efímeras amantes y amigos bajaban aterrados cuando
subían por primera vez a su automóvil y además,
con la firme promesa de nunca más frecuentarlo.
Ese ser extraño que siempre
estaba sentado en la parte trasera del automóvil de Atilio, tenía cabeza y
rostro de cerdo; era difícil de afirmar si era un humano con rasgos porcinos, o
un cerdo con rasgos humanoides. La nariz, la trompa, la frente y la nuca eran
las de un cerdo, las orejas y los ojos eran humanos. Mediría un metro veinte
aproximadamente y la cabeza era demasiado grande en proporción al cuerpo que
era muy delgado; y siempre iba vestido con impecables ternos, camisas y
corbatas de diferentes colores.
Según contaban algunos
amigos y pretendidas novias que habían subido a su automóvil, siempre que
alguien nuevo subía, ésta suerte de cerdo humanoide comenzaba a insultar a
Atilio con una voz aguda y nasal, y le decía: ¡Hijoputa!¡Hijoputa! ¿Quién mierda es esta? ¡Hijoputa!. Y lo que
más los sorprendía, era que Atilio no se
inmutaba ni le respondía, ni siquiera le ponía silencio. Asentía callado y continuaba
la conversación con quien estuviera sentado al lado suyo. Y ante la pregunta
inevitable de quién era este personaje, Atilio guardaba silencio y cambiaba de
tema sin ningún rubor.
Este ser extraño acompañaba
a Atilio a todo lado. Cuando Atilio iba a trabajar a su despacho, el ser
extraño se quedaba esperándolo en el auto hasta que termine. Lo llevaba a todas
sus inspecciones, obras y compromisos sociales. Nunca lo dejó en casa.
Nadie nunca supo quién era
este ser. Si era algún hermano o un hijo anormal de Atilio. Nunca además
respondió esa pregunta. Lo que quedaba muy claro era que Atilio lo quería. Siempre lo llevó elegantemente vestido e
impecable, siempre.
MAURICIO ROZAS VALZ