Soy un animal citadino, totalmente
citadino. Lo mío es el bullicio de la metrópoli y la contaminación visual y el
smog.
Suelo disfrutar… y así… como
para salir de la rutina, del campo y sus atardeceres, del cantar de los pájaros
y de la arena y del mar y de las olas y de la fruta en los árboles y de los
animales libres… pero solo para variar… solo para descansar… solo para
engañarme… para huir.
Lo mío es la ciudad, la
gente apresurada y triste, los cafés llenos de gente hablando muy alto, las
carcajadas y el humo, el olor a alcohol y el aire contaminado de las cantinas.
Lo mío son las calles y
avenidas, el tránsito congestionado, el neón y las bocinas, las frenadas y los
gritos, los insultos de esquina a esquina y de conductor a conductor, las
circulinas ámbar, azules y rojas, las sirenas estridentes de patrulleros,
ambulancias y bomberos. Y la crónica roja y las calles sucias y las botellas
vacías y los vasos descartables y los ríos de orines en las aceras, la sordidez
de los billares y sus mesas quemadas con colillas y los rostros patibularios de
los parroquianos y los mendigos olisqueando en la basura.
A mí me gusta la ciudad y el
desenfreno, las muchachas de rostros agotados y rímel corrido y los tacones en
las manos. Lo mío es el antro y la media luz, la plaza, el bullicio. Ahí está
siempre el dolor. Ahí se juntan desolación y realidad. Ahí se escriben las
verdaderas historias, las que vale la pena escuchar, y si se puede… escribir, y
si se puede… leer. Ahí transcurren las historias que describen la angustia del
amor y la frustración del desamor y la humillación de la miseria y el horror
del abandono y de la desposesión total y la desesperanza.
En esos espacios no hay
lugar para mentiras, ni para frases dulzonas y facilonas, ni para fórmulas
mágicas de cómo ser exitosos, ni para métodos prácticos de cómo ser felices.
En las calles sucias está el
verso y el poema, la sinfonía y el dolor, la prostituta enferma y el travesti
reventado a golpes, el borracho empobrecido y el drogadicto apestado. En sus
amaneceres se ve el dolor ajeno congraciándose con el propio y nos hace sentir
acompañados y nos consuela con otros dolores y sus portadores.
En las calles sucias está la
vida tal cual, sin engaños ni lugar para autoengaños, la realidad y la sangre
hecha tinta, lista para sernos contada.
MAURICIO ROZAS VALZ